En el año 1651, Thomas Hobbes publicó su Leviatán. En el capítulo XIII , titulado “De la condición natural de la humanidad en lo concerniente a su felicidad y su miseria”, escribió:
"la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta".
Lo hacía considerando el estado de guerra en el que vive la especie humana allí donde no hay un poder común al que temer y someterse.
En este mismo capítulo establece las tres causas que originan toda guerra:
la competencia, la desconfianza y el desprecio.
Y si uno reduce los ámbitos donde estos tres motivos operan, desde el reino o estado-nación, a otros menos extensos como el de la empresa o centro de trabajo, la comunidad de vecinos o la familia, uno podría pensar que la guerra, una guerra tan silenciosa y sutil como cotidiana, una guerra sin fusiles o espadas, pero también devastadora, se produce a cada instante y en cualquier lugar del mundo precisamente a raíz de estas tres causas. Pues ¿en qué ámbito humano no se da la competencia, la desconfianza y el desprecio? Quizá deberíamos hablar de causas para la infelicidad y para el mal, que, extrapoladas al concierto de las naciones, generan la guerra o el terrorismo, pero que llevadas a un seno menor, pueden dar lugar a una guerra de nervios durante años, a la simple separación de una pareja o al asesinato. Así las cosas, ya se podría generalizar que la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.
Se trata de una visión pesimista del género humano, donde Hobbes hace suya la tesis de Plauto: el hombre es un lobo para el hombre. Frente a ella, se situaría la tesis antagónica de Rousseau, la que sostiene que el hombre es bueno por naturaleza. Cuando uno piensa en figuras como las de Vicente Ferrer, Teresa de Calcuta o Albert Schweitzer tiende a pensar que sí, que hay esperanza para el hombre. Aunque la bondad que traigamos por naturaleza al mundo, o que nos venga por la vía del espíritu, hubiera que cultivarla, como hicieron estas tres figuras, fuera del sistema político-económico que nos domina y doblega, sistema en el que, cómo negarlo, prevalece la competencia, la desconfianza y el desprecio.
Ricardo García Nieto
"la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta".
Lo hacía considerando el estado de guerra en el que vive la especie humana allí donde no hay un poder común al que temer y someterse.
En este mismo capítulo establece las tres causas que originan toda guerra:
la competencia, la desconfianza y el desprecio.
Y si uno reduce los ámbitos donde estos tres motivos operan, desde el reino o estado-nación, a otros menos extensos como el de la empresa o centro de trabajo, la comunidad de vecinos o la familia, uno podría pensar que la guerra, una guerra tan silenciosa y sutil como cotidiana, una guerra sin fusiles o espadas, pero también devastadora, se produce a cada instante y en cualquier lugar del mundo precisamente a raíz de estas tres causas. Pues ¿en qué ámbito humano no se da la competencia, la desconfianza y el desprecio? Quizá deberíamos hablar de causas para la infelicidad y para el mal, que, extrapoladas al concierto de las naciones, generan la guerra o el terrorismo, pero que llevadas a un seno menor, pueden dar lugar a una guerra de nervios durante años, a la simple separación de una pareja o al asesinato. Así las cosas, ya se podría generalizar que la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.
Se trata de una visión pesimista del género humano, donde Hobbes hace suya la tesis de Plauto: el hombre es un lobo para el hombre. Frente a ella, se situaría la tesis antagónica de Rousseau, la que sostiene que el hombre es bueno por naturaleza. Cuando uno piensa en figuras como las de Vicente Ferrer, Teresa de Calcuta o Albert Schweitzer tiende a pensar que sí, que hay esperanza para el hombre. Aunque la bondad que traigamos por naturaleza al mundo, o que nos venga por la vía del espíritu, hubiera que cultivarla, como hicieron estas tres figuras, fuera del sistema político-económico que nos domina y doblega, sistema en el que, cómo negarlo, prevalece la competencia, la desconfianza y el desprecio.
Ricardo García Nieto