Los supervivientes del fuerte de Zinderneuf se defienden con sus cadáveres. Asediados por
hordas de tuaregs, colocan a sus compañeros muertos detrás de las almenas. Los
defensores parecen ser más de los que son, y el enemigo desiste de su conquista,
desapareciendo tras las dunas del desierto.
Este
relato de Percival Wren (Beau Geste, 1924) podría evocar a cuantos seres
queridos y desaparecidos dejaron huella en nosotros.
Y es que
nos sigue una legión de muertos que defienden nuestra minúscula posición en el
mundo: familiares, amigos, maestros… Nos ayudaron a formarnos y a experimentar;
nos acompañaron en juveniles aventuras y nos aconsejaron; nos amaron y nos
ayudaron a distinguir lo bueno, lo bello y lo justo. Están ahí, con su fusil en
ristre, tan invisibles como la voz de la conciencia, disparando contra un
enemigo ignoto.
También
nosotros, con el paso de los años y con la muerte, nos convertiremos en
soldados invisibles para otros supervivientes: hijos, discípulos, amigos que
nos sobrevivirán… Cuantos conocieron lo que pensamos y sentimos alguna vez. Y
así de generación en generación. Una legión de muertos que defenderá el fuerte,
el rincón ético, los muros de la sabiduría.
Pero
habremos de ganarnos ese honor. O quedarnos muy quietos en la república del
olvido.
Ricardo García Nieto