Quien se conduce más allá de los intereses de casta,
cuerpo o partido, aquel que se olvida de sí en la inercia apasionada de su
quehacer, tiene algo de divino. Lo escribía Salvador Pániker: ¿Por qué tomarse la molestia de escribir o
actuar si uno va a quedar engullido por la nada? La respuesta es: porque quien
escribe, actúa, crea o, en general, se interesa por las cosas –olvidándose de sí
mismo-, no es uno sino lo absoluto que le posee a uno.
Hesíodo reflexionaba en su poema “Los trabajos y
los días” sobre ese camino de perdición que supone la codicia y la injusticia.
Para él no había otra salvación que el trabajo honrado y prudente, cuyo
beneficio está bendecido por los dioses. Algo de divino entraba, pues, en las
actividades materiales del hombre.
Hoy día se ha perdido esa naturaleza trascendente
en los quehaceres del hombre, que vende o alquila su libertad para hacer algo
que no le gusta. Es más, hasta esa especie de esclavo moderno parece un
privilegiado en esta sociedad cuyos índices de desempleo son aterradores.
La humanidad ha perdido su verdadera libertad. A
veces da la impresión de que sólo eres libre al elegir artículos de consumo o
al partido que ha de gobernar cada cierto tiempo. Quien no sea capaz de trascenderse
en cuantas actividades realice se verá ahogado por las circunstancias, por el
modelo de hombre que sirve a los mercados y a los agujeros financieros.
Hay una tormenta en cada hogar. Aunque no nos demos cuenta.
Ricardo García Nieto