Muchedumbre. Grupos que se agolpan ante cualquier espectáculo. Manos que chocan y cuerpos que se abrazan. El tejido humano es la tela que se toca a sí misma, que pretende saberse aunque nunca se sepa. Los hilos que se enlazan por unos instantes o unas horas habrán de verse nuevamente solos. Y libres. Aunque siempre habrá imperativos para tejer alguna bandera: desde la de un club deportivo hasta la de una nacionalidad. Y la trama social volverá a estrangular muchos anhelos individuales. Los hilos sueltos están muy mal vistos.
Uno de los hilos más sueltos y lúcidos que jamás
conocí fue el gramático, escritor y profesor de la Universidad de Murcia José Perona Sánchez, que, en su obra Manual de descreencias, decía desamar los toros, el fútbol, las manifestaciones,
los cónclaves, los meetings, y todas aquellas concentraciones que tienen como
fin suspender el juicio, abolir la crítica a cambio del sometimiento a la
muchedumbre. Para él, hasta la
soledad estaba llena de sociedad. Era un buscador de resplandores. Alzaba
las cejas y te miraba fijamente, con asombro, como esperando lo mejor de ti o
de sí mismo en una conversación. El mundo estaba lleno de analogías brillantes.
El interior de una nuez, aseguraba, es tan parecido al cerebro humano que hasta
te quita los dolores de cabeza. Y añadía: procura quedarte con la nuez y no con
la cáscara cuando leas un libro. Estaba convencido de que había nacido con
varios siglos de retraso. Tal vez para ser testigo de la decadencia cultural
europea. Pero, sobre todo, para señalarla, para ir contra la moda y los modos
establecidos. En este sentido era, como diría Antoine Compagnon, un
antimoderno, la única forma que tiene un moderno de ser libre. Solía repetir
que una de las tragedias del siglo XX había sido enseñar a leer a las masas.
Muchos de los que no captaban lo sutil de su pensamiento despotricaban al oír
esta aseveración, no entendiendo la diferenciación implícita que hacía entre “hombre”
y “masa”. Para José Perona, la cultura debía de ser el alimento de los hombres
libres; nunca de las masas que, como monstruos, impondrán a los hombres sus
gustos e intereses aberrantes: lo que se ha de leer, ver y oír. La pura disección de la torpeza. Y no le faltaba
razón: una civilización en la que cualquiera puede opinar y decidir con los
ojos sucios de telebasura es una civilización abocada al desastre. Baudelaire
lo adelantaba hace más de 150 años en su prólogo a las Narraciones de Edgar Allan Poe al alertar sobre “la tiranía de las
bestias o zoocracia”.
José Perona era un hombre de libros, de buenos libros, que nunca buscó la rentabilidad de la letra impresa. No se guardaba nada para sí. Su espíritu y originalidad brotaban en cuanto decía, explicaba o escribía. Todas las tareas eran una sola: la del ser.
José Perona era un hombre de libros, de buenos libros, que nunca buscó la rentabilidad de la letra impresa. No se guardaba nada para sí. Su espíritu y originalidad brotaban en cuanto decía, explicaba o escribía. Todas las tareas eran una sola: la del ser.
La actualidad de su pensamiento es innegable. Como
muestra, algunos de los aforismos de su Manual
de descreencias:
ECONOMÍA:
multiplicar los números de los menos
para seguir justificando la escasez de los más.
para seguir justificando la escasez de los más.
MORAL:
precipitado de miedos convertidos en costumbre.
Toda verdad
es un prejuicio. Todo prejuicio una pretensión.
Toda pretensión, una carencia.
Toda pretensión, una carencia.
Sin fe puede
haber dioses, mas no tribus.
De los
laboratorios: “si a una rata no se le gratifica, puede llegar a la locura”.
¿Cuál es tu azúcar?
¿Cuál es tu azúcar?
Medita: el
nacimiento de la conciencia del Ego es,
histórica y lingüísticamente, contemporáneo de la Razón de Estado.
histórica y lingüísticamente, contemporáneo de la Razón de Estado.
José Perona nunca vio la gloria. Ni la buscó. Era una
de esas personalidades que pasa desapercibida para el gran cuento de la
Historia, pero que son fundamentales en esa verdad que Unamuno definió como
Intrahistoria, auténticos revolucionarios para cuantos le trataron. Mi relación
con él duró apenas cuatro años, entre 1986 y 1990. Tiempo más que suficiente
para aprender que el hilo ha de saberse distinto del paño del que forma parte.
Y su rebelión ha de consistir en soltarse de vez en cuando para que la tela no
se perciba a sí misma tan poderosa y resistente como una camisa de fuerza. Ningún
contrato social, razón de mercado o interés político puede arrebatarle al
hombre su libertad, su conocimiento de sí o su ligazón con algo más alto o más
grande que las torres de los bancos o los palacios de los gobiernos.
No me cabe ninguna duda: la luna hace bolillos. Pero
los hace con los hilos más sueltos de este mundo. Y José Perona Sánchez fue uno
de ellos.