¿Qué haríamos si se nos diese la posibilidad de
realizar en un solo año cuanto estábamos destinados a hacer a lo largo de toda
nuestra vida? ¿Y si la contrapartida fuese morir al cabo de ese año? ¿Sería una
bendición o una condena? Encontrar un remedio contra el cáncer, escribir un
libro que cambiase la cosmovisión de la humanidad, llevar a cabo una obra como
la de Vicente Ferrer o Newton... Y después la muerte. ¿Qué decidiríamos si
fuésemos elegidos para ello? Este es el planteamiento que hace Vladimir Dudincev
en su "Cuento de Año Nuevo", relato del que después hablaré. Primero
me fijaré en su autor.
Vladimir Dudincev (Ucrania, 1918 - Rusia, 1998) fue uno de esos escritores a los que se podría calificar de “grande en gloria y desgracia”. A su padre lo ejecutaron durante la Revolución Rusa. Se esforzó como estudiante hasta hacerse abogado. Fue herido en el frente de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. Después decidió dedicarse a escribir y abandonó la abogacía. Trabajó para el periódico el “Komsomolskaya Pravda”, que le dio la oportunidad de viajar por la Unión Soviética con el fin de contar historias sobre gentes que, como él, rehacían sus vidas tras la guerra. Su novela de 1956 "No sólo se vive de pan" produjo un gran impacto en la sociedad soviética. Narra la historia de un ingeniero, cuyo invento nunca verá la luz al quedar sepultado por las trabas burocráticas y administrativas. Esta novela se hizo muy popular en Occidente al ser exhibida como una radiografía del estado soviético. Y Dudincev cayó en desgracia. Lo que era una escritura con alma, la lucha de un individuo por el bien de la colectividad, se convirtió en una crítica al sistema. Una crítica que nunca se le perdonó. Después vino la pobreza y el descrédito: más de 25 años viviendo de préstamos y regalos. En 1988, ya con la Perestroika, fue rehabilitado con la publicación de su novela “Trajes blancos”, por la que recibió el premio Nacional de Literatura de la URSS, y de la que posteriormente, en 1992, se haría una película con el propio Dudincev como guionista. Falleció 6 años después.
Vladimir Dudincev (Ucrania, 1918 - Rusia, 1998) fue uno de esos escritores a los que se podría calificar de “grande en gloria y desgracia”. A su padre lo ejecutaron durante la Revolución Rusa. Se esforzó como estudiante hasta hacerse abogado. Fue herido en el frente de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. Después decidió dedicarse a escribir y abandonó la abogacía. Trabajó para el periódico el “Komsomolskaya Pravda”, que le dio la oportunidad de viajar por la Unión Soviética con el fin de contar historias sobre gentes que, como él, rehacían sus vidas tras la guerra. Su novela de 1956 "No sólo se vive de pan" produjo un gran impacto en la sociedad soviética. Narra la historia de un ingeniero, cuyo invento nunca verá la luz al quedar sepultado por las trabas burocráticas y administrativas. Esta novela se hizo muy popular en Occidente al ser exhibida como una radiografía del estado soviético. Y Dudincev cayó en desgracia. Lo que era una escritura con alma, la lucha de un individuo por el bien de la colectividad, se convirtió en una crítica al sistema. Una crítica que nunca se le perdonó. Después vino la pobreza y el descrédito: más de 25 años viviendo de préstamos y regalos. En 1988, ya con la Perestroika, fue rehabilitado con la publicación de su novela “Trajes blancos”, por la que recibió el premio Nacional de Literatura de la URSS, y de la que posteriormente, en 1992, se haría una película con el propio Dudincev como guionista. Falleció 6 años después.
Siempre que observo
esta fotografía me imagino que Vladimir Dudincev está contándole a su hijo,
sobre el mismísimo rodillo de la máquina de escribir, el desenlace de su
“Cuento de Año Nuevo”, en 1957. Fue uno de los últimos relatos que
publicó antes de convertirse en un escritor "apestado". Lo leí al
final de mi infancia, cuando el niño que fui moría y se convertía en un extraño
para el nuevo adolescente que se calzó mis zapatos. Y el peculiar poso de esta lectura
me ha acompañado hasta el día de hoy, haciéndome sentir -no sólo pensar- lo
relativo que es ese parámetro que llamamos tiempo. ¿Se puede comprimir? Al
personaje de este relato, un joven científico, se le otorga el don de realizar
en, un solo año, la obra de su vida. A partir de ese instante, este personaje
trabajará día y noche hasta dar con un descubrimiento crucial para el resto de
la humanidad: crear un minúsculo trozo de sol. Lo consigue el último día del
año otorgado y fallece.
De este cuento se deduce una verdad importante: todos estamos
sometidos a un continuo proceso de muerte y renacimiento, a momentos que
cambian nuestras vidas, situaciones en las que el tiempo se comprime y tras las
cuales ya no somos los mismos. Nos marcan para lo que queda de nuestra
existencia y hacen que afloren en nosotros los mejores dones, llevándonos, a
veces, a culminar algo que se resistía a su finitud. Muerte y renacimiento.
Tiempo comprimido con la experiencia de milenios, aunque simplemente dure un
instante. Flecha que se acelera hacia la verdad que yace en el fondo de nuestro
pozo mortal.
Ricardo García Nieto