lunes, 28 de junio de 2010

UN APUNTE EN LOS HUESOS


¿Qué ha olvidado el hombre de nuestro tiempo? Mirar hacia lo invisible y hacia lo lejano, como si lo que estuviera en el horizonte también habitara nuestro interior. Mirar al otro lado de la vida, precisamente rodeado de instrumentos que de nada sirven allí. Pies, ¿para qué os quiero? Alas, ¿para qué agitaros? Compartir con el perro más famélico la misma melancolía, el mismo abismo que se abre en el corazón. Para ver lo lejano hay que caer a lo más hondo, donde los objetos pierden su forma, su valor y su precio.


Ricardo García Nieto

SOMBRÍA LUCIDEZ



Hay algo dentro de nosotros que sabe más que nosotros mismos. Nuestra lucidez procede de la parte más sombría. Brilla en la oscuridad lo mismo que el rayo de sol en el agua negra del fondo de los pozos. A veces se hace consciente con un suave goteo, un intuir las señales del destino, un advertirnos de a qué se debe y a qué no se debe prestar atención. Se trasciende toda ciencia, toda lógica. Y se acierta. Las cicatrices que llevamos adentro sonríen para borrarse.
Otras veces, ese algo recóndito e interior permanece en silencio mucho tiempo y nos empuja, nos ilumina de súbito. Surgen entonces ideas que transformaran el mundo o simplemente el curso de nuestras vidas. Cae la manzana; cae alguien de su caballo de prejuicios; tropieza con una fórmula magistral o mira con otros ojos esa sopa fantasmagórica que llamamos espacio o tiempo.
Todo se nos ha concedido. Pero no lo sabemos. Hay que bajar a lo más hondo para ver la luz del sol. Caer de espaldas para ver el espinazo del firmamento.

Ricardo García Nieto

EL RUMBO DEL TIEMPO



Los días pasan como niños en bicicleta. Cada pensamiento es una pedalada. Nadie sabe si van o vuelven los jóvenes ciclistas. Nadie conoce el rumbo del tiempo.
Los relojes son ataúdes vacíos. Máquinas donde rumia el no ser nada. Ruedas y piñones, como los de una bicicleta que ignoramos adónde va.
Pego el reloj a mi oído y oigo cómo suena el horizonte que nunca alcanzamos.


Ricardo García Nieto

LO JUSTO PARA VIVIR



El nombre de Jeremías significa: “Dios me eleva”. Y ese significado cobra vida cuando observamos al Jeremías que pintó Miguel Ángel: podemos elevarnos contemplándolo, meditabundo, volcado hacia adentro, reflejando todos los adentros del ser humano. Podemos volar por su interior para descubrir el nuestro, admirar su ancianidad para anticipar la que habrá de llegarnos un día, conmovernos con su llanto sin lágrimas para secar las de nuestro rostro.
Muchas veces se quejaba: "Señor, estoy cansado de hablar sin que me escuchen. ¡Todos se burlan de mí! Cuando paso por las calles se ríen y dicen: ‘Allá va el de las malas noticias’. ¡Miren al que regaña y anuncia cosas tristes! Señor me propongo decirles cosas amables y Tú en cambio pones en mis labios anuncios terroríficos!".
Jeremías podría ser el arquetipo de lo justo para vivir. No hablo de los alimentos que ha de procurarnos la Providencia, no, me refiero a los indicios que han de señalar el camino: el pan de los amores, el vino de la entrega, el agua de la mirada pura, la nobleza del aire que quieras compartir… Hay que recibir cuanto venga como un regalo: por muy desagradable que parezca, siempre será la mejor manera de tener lo justo para vivir.
Mientras se adentra Jeremías en su propia caverna, algo hay en mí que ve la luz


Ricardo García Nieto

domingo, 27 de junio de 2010

HUMANIDAD TRINIDAD




 
Hay tres pulsiones básicas: el apego, la cólera y el miedo. Dan vida a tres personajes que inconscientemente interpretamos: el salvador, el verdugo y la víctima. El salvador se muestra con apego; el verdugo se muestra con rabia; la víctima, con miedos irracionales. Podemos ir deprisa de un personaje a otro o hacer que alguno de ellos prevalezca. Pero hemos de saber que quieren poseernos porque no somos ninguno de ellos, que nos habitan como si fuesen huéspedes, bacterias, pesadillas… Como una ideología o su contraria. Podemos observarlos en cuantos nos rodean. Y cuanto más nos molesten en el otro será porque son más nuestros. Dejaremos de sufrir cuando abandonemos esa humana trinidad en el escenario, y cese el viento que arrastra obstinaciones por nuestra mente. Sólo entonces descubriremos la libertad y el amor. La libre voluntad de ser uno con el otro.

Ricardo García Nieto.

NAVEGACIONES


Hay un pasajero en cada nube. Hay un navegante en cada pájaro. Hay un capitán y una tripulación amotinada en cada decisión que tomamos. Los demonios de nuestro interior se rebelan contra el sentido que le damos a las cosas. El capitán, encerrado en su camarote, da testimonio de las incidencias en su libro de navegación. Abre una ventana y ve pasar las nubes y las gaviotas. Y las olas que se desperezan y vuelven a dormir. Debajo de ellas hay alguien que sólo hace el ademán de levantarse. Saltan unos delfines, giran en el aire y vuelven a sumergirse. Todo está lleno de nosotros. Hasta la mosca que se ha posado en nuestro pan frota sus patas con nuestro olvido.


Ricardo García Nieto.

EL REINO DE LA CANTIDAD




En la obra de Luciano de Samósata, “Diálogos de los muertos”, Caronte advierte que su barca está carcomida y hace aguas por muchos sitios. Y pide a los viajeros que se libren de todo peso, que suban desnudos, sin prendas ni equipaje. Pero va más allá: al atleta le pide que se libre de sus excesivas carnes y músculos; al seductor, de la hermosura de sus labios; al tirano, de su soberbia… Ni siquiera se salvan los políticos: el orador que embauca es despojado de su vanagloria, de su charlatanería, de su frivolidad, de su desvergüenza, de su mentira y de su prepotencia. La lección es clara: toda aureola tiende a deshacerse y toda vanidad de la ambición humana no es más que una sombra. Quienes viven de la cantidad viven de la perdición. Atesorar objetos, dividendos, votos, amores consumados, títulos y libros en cualquier biografía escrita o por escribir es como ponerse medallas de arena. Suma y sigue, no pares, llena tu espacio y el de los demás hasta que no quepas ni siquiera tú mismo.
El reino de la cantidad es efímero aunque se prolongue generaciones. Sus reyes y vasallos apenas cuentan con unas decenas de años sobre un planeta injusto para gozar o creer que gozan de la cantidad y su torpe prestigio. Quienes viven en ese reino caminan hipnotizados sobre su propia sombra, con el sol siempre por detrás. No hay nada oscuro en ella hasta que tropiezan y caen. Y comprueban su dureza. Olvidan que no hay gramo, centímetro o cifra que puedas llevarte en la hora señalada. No hay currículum que resista; no hay sangre azul que aguante; no hay popularidad o riqueza que no se esfume cuando su dueño cierra los ojos por última vez. Como una tormenta hacia el más allá, empuja el amor que dimos un día.


Ricardo García Nieto

sábado, 26 de junio de 2010

ALGO SOBRE EL PODER



El poder es un anzuelo que atrapa a quien lo posee. Los que enferman de poder no quieren soltarlo. Ni siquiera el clásico Napoleón de los manicomios estaría dispuesto a curarse si, como contrapartida, tuviera que perder su imaginario imperio. Esto es aplicable a más de un político de hoy día. A cualquiera que se crea que su cargo o posición es más importante que su humanidad. A la larga, el peso de cualquier dominio mal entendido caerá con más violencia sobre quien lo detenta que sobre aquellos que tuvieron que soportarlo.
Hay demasiados Napoleones en nuestros días. Gobiernan este mundo sin gobernarse a sí mismos. Los veo en televisión, haciendo declaraciones firmes y sosegadas. De vez en cuando, se les escapa un tic en un ojo, una inflexión en la voz, un gesto de las manos… Es lo que nos basta para saber que se derrumban por dentro. Que siempre estuvieron derrumbándose. Como torres gemelas de su miedo.

Ricardo García Nieto

RÍOS, CHARCOS Y MONSTRUOS



El incesante verso de los ríos suena según el hombre que lo escucha. En sus aguas podemos oír el énfasis de la juventud, el laborioso ritmo de los quehaceres diarios o la cadencia del mar, del cauce que ha de no ser para ser algo más grande.
Las células de nuestro cuerpo cambian a cada instante lo mismo que el agua de los ríos. Sólo la mente es capaz de aferrarse a lo que ya se fue o de buscar simetrías en el constante fluir que nos rodea.
Hay quienes corren libremente hacia el océano. Y hay quienes hacen de su existencia un estanque con el agua quieta. La forma de vida que se nos impone desde el poder y el dinero nos va convirtiendo en charcos, en aguas estancadas que tienden a descomponerse. Y de las que puede salir cualquier abominación.
En La metamorfosis de Kafka, Gregorio Samsa se convierte en un enorme y repugnante insecto. La metáfora era clara: una vida afanada en el empleo y la ganancia de dinero puede transformarnos en monstruos. Cuando Gregorio Samsa muere, la vieja criada de la casa burguesa lo recoge junto a la basura, diciendo: “Pobre bestia, ya dejaste de sufrir”.
El mundo en que vivimos precisa de un acuerdo entre todos los seres humanos anónimos, cuyo anhelo de espiritualidad está siendo trabado por las necesidades del mercado y por el estilo de vida que nos imponen los dueños del gobierno y del tesoro. Un compromiso de miradas, de reconocimiento los unos en los otros.
El Greco fue capaz de plasmar en su cuadro "El caballero de la mano en el pecho" esa mirada. Entre los ojos a punto de cerrarse para siempre de Gregorio Samsa y la mirada que nos dirige el caballero del cuadro, casi haciendo un pacto con nosotros, hay muchos ríos. Y muchos océanos.

Ricardo García Nieto

lunes, 21 de junio de 2010

EL REINO DE LA SOLEDAD



La soledad es un reino. El poeta irlandés Patrick Kavanagh escribía junto al solitario camino de Inniskeen sobre la diferencia entre conocer los entresijos de lo que es ser rey, gobierno o nación, y conocer los del reino de la soledad:

Un camino, una milla de reino. Soy el rey
de las orillas y las piedras. Y de todo cuanto florece.

Hay quienes huyen de la soledad como de sí mismos. Hay quienes la sustituyen por la ambición de poder o dinero. También hay quienes hacen equilibrios entre el reino de la soledad y la alienación o esclavitud de cada día para lograr un salario, un ganarse la vida con decencia. Mundo exterior y mundo interior.
La soledad da sus frutos, que han de ser compartidos. El arte bebe de ella. También la filosofía y la espiritualidad. Patrick Kavanagh, en su poema “A un niño”, escribía sobre la esperanza de hallar:
una ventana con vistas hacia adentro.

Quienes abren esas ventanas prefieren ser anónimos, disimular, huir de la notoriedad. Tal vez son como Ulises, a quien nadie reconoce cuando vuelve de su largo viaje, disfrazado de mendigo. Ulises llega a las puertas de su palacio y ve a su perro Argos. Está tendido en un montón de estiércol, cubierto de garrapatas, viejo y moribundo. Ulises no puede contener sus lágrimas al sentir en su corazón el tiempo transcurrido desde que partió, cuando Argos era todavía un cachorro. Nadie reconoce a Ulises, pero Argos hace un último esfuerzo, menea la cola al ver a su dueño y muere.
Argos muere con el reconocimiento. Argos nos habla desde el lenguaje de los símbolos, en la soledad de su estiércol. Todos morimos y renacemos continuamente con la iluminación, con la adquisición de la sabiduría, con el reconocimiento. Patrick Kavanagh lo expresa en su poema “Recuerdo de mi padre”:
Cada viejo que veo
me recuerda a mi padre,
cuando se había enamorado de la muerte
[…]
Cada viejo que veo
cuando el tiempo toma color de Octubre
parece que me dice:
”Yo una vez fui tu padre”.

Muchos son los disfraces que llevamos en este mundo de políticos y mercaderes, en esta sociedad que nos impone una forma de ser, una obediencia. El último bastión es nuestra piel. Por debajo de ella nadie gobierna a no ser que lo permitamos. Ser dueños de nuestra soledad es lo mismo que ser dueños de nosotros mismos. Porque sólo en soledad seremos libres. Y toda revolución es silenciosa.

Ricardo García Nieto

viernes, 18 de junio de 2010

EL SENTIMIENTO CÓSMICO RELIGIOSO DE EINSTEIN



Albert Einstein hace referencia al “sentimiento cósmico religioso” en su libro Ideas y opiniones. Para él, la función del arte y la ciencia es despertar ese sentimiento en los demás. Y pone como ejemplos a Newton y a Kepler, capaces de gastar años y años de solitario trabajo en el empeño de entender la mecánica celeste… Y añade: Sólo quien ha dedicado una vida a empeños semejantes puede hacerse una idea vívida y adecuada de lo que inspiró a tales hombres y les proporcionó la fuerza necesaria para permanecer fieles a su propósito a pesar de incontables fracasos. Lo que proporciona a un hombre esta fuerza es el sentimiento cósmico religioso.
Extrapolando las palabras del Maestro, debiera quedarnos claro que el sacrificio de unos padres por sus hijos, el de los que dan su vida en selvas tropicales o desiertos por los desventurados de este mundo, o simplemente en las calles de nuestras ciudades con los que no tienen techo, es el mismo sentimiento de Newton o de Kepler: entregar las horas de nuestras vidas lanzándonos al abismo por alguien. El amor, más que una emoción cegadora, es un sentimiento de unidad: ser con alguien o o ser con el universo para alguien. Descifrar los secretos del Cielo o de la Tierra para los demás, desentrañar el comportamiento de un virus o una galaxia, o dar con tu propia mano lo que no tienes, aquello que, sin saberlo, recogeremos en el más allá. Ésa es la fuerza cósmica, ésa es la fuerza religiosa. El religarse, el volver a ligarse con el Todo para no ser nadie. Hay un Newton o un Kepler detrás de cada esquina. Lo hay, tal vez, en nuestra propia casa.

Ricardo García Nieto

sábado, 12 de junio de 2010

LA BALSA DE LA MEDUSA



Al considerar la crisis económica que vivimos, viene a mi mente el famoso cuadro de Théodore Géricault, “La balsa de la Medusa”.
El naufragio de aquella fragata francesa es una representación a pequeña escala de lo que está sucediendo en nuestro mundo globalizado. La gente corriente de aquel navío estaba formada por campesinos, maestros, carpinteros o panaderos que se habían embarcado junto a sus familias para repoblar la ciudad de San Luis en la costa africana de Senegal. Cuando la fragata naufragó, los aristócratas que provocaron el naufragio se pusieron a salvo en las cuatro embarcaciones menores de las que disponía el navío, y el resto de los viajeros fue abandonado en alta mar, en una gran balsa. En un primer momento, el pasaje de civiles se negó a subir a la balsa, pero fue obligado a hacerlo entre disparos, a la par que se le aseguraba, con palabras de político profesional, que no había motivos de alarma, que la balsa sería arrastrada con cuerdas por las otras embarcaciones hasta la costa. Y no fue así: 150 almas fueron abandonadas, y la balsa quedó a la deriva, a merced de las corrientes que la empujaron océano adentro.
Si se produce el naufragio económico global, los aristócratas de hoy, la clase política y financiera, buscará urgentemente un modo de salvación para sí misma y, cuando lo encuentre, dirá: no hay motivos de alarma.
El lienzo de Géricault es magnífico; la pirámide humana que se eleva en mitad del caos, para llamar la atención de un barco que ni se ve en el horizonte, es una representación de nuestro futuro tan hermosa como épica. Lo terrible es que la gente corriente de aquella balsa tuvo que llegar al canibalismo para sobrevivir.
Cuando llegue el momento, es posible que la casta política y financiera nos deje un puñado de tablas mal anudadas para intentar salvarnos. Aunque también es posible que ya estemos sin saberlo en esa balsa de la Medusa.

Ricardo García Nieto

miércoles, 9 de junio de 2010

DUNCAN MACDOUGALL: EL ALMA PESA ENTRE 18 Y 21 GRAMOS


El 11 de marzo de 1907, el New York Times se hizo eco de los experimentos que Duncan MacDougall realizaba con moribundos, pesándolos durante su fallecimiento. En una balanza, dispuesta bajo una plataforma con una cama, cuya probabilidad de error era de tres gramos, colocaba a sus tuberculosos, voluntarios y en fase terminal, y observaba la diferencia de peso que se producía en el momento de la muerte. Y aventuró una hipótesis: el alma podría pesar entre 18 y 21 gramos. MacDougall también midió la pérdida de peso consecutiva a la muerte de 15 perros con su balanza y no constató ninguna diferencia.
Tal vez el peso del alma sean esos 21 gramos. Tal vez esos 21 gramos simplemente sean el peso del último aliento, el aire que exhalan los pulmones en el momento de la muerte. Quién sabe. Pura gravimetría que suena a cómputo de narcotraficante. ¿Qué perdemos al morir? ¿La vida, los recuerdos, la capacidad de amar y ser amado? No: perdemos 21 gramos.
Pero, ¿adónde se van esos 21 gramos? ¿Somos nosotros los que nos vamos en esos 21 gramos?
En el año 2003 se rodó una película basada en esta conjetura de MacDougall. Se trata de una obra maestra y se titula, precisamente, “21 Gramos”, dirigida por Alejandro González Iñárritu, interpretada por Sean Penn, Benicio del Toro y Naomi Watts, y basada en un guión de Guillermo Arriaga. Terminaba con el siguiente monólogo de su moribundo protagonista:
¿Cuántas vidas vivimos? ¿Cuántas veces morimos? Dicen que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de la muerte. Todos. ¿Cuánto cabe en 21 gramos? ¿Cuánto se pierde? ¿Cuánto se va con ellos? ¿Cuánto se gana? 21 gramos: el peso de cinco monedas de cinco centavos, el peso de un colibrí, de una chocolatina… ¿Cuánto pesan 21 gramos?
La pregunta también podría ser: ¿Qué hacemos con esos 21 gramos antes de perderlos?
El mundo que nos ha tocado padecer nos invita a rechazar cuestiones de este tipo. O somos esclavos. O somos burgueses que ignoran ser esclavos. En 21 gramos caben ambas posibilidades.
Los 21 gramos del hombre moderno se pasean por los pasillos de los supermercados y se ven superados por el afán de adquirir y consumir. Cada cual, quien puede, llena ritualmente su carro de la compra y se cree libre eligiendo productos innecesarios igual que el antiguo esclavo se permitía elegir los parásitos que se quitaba de la piel o del cabello. Las mercancías vociferan con urgencia desde estantes y escaparates. Llévame contigo, parecen decir, te sentirás gratificado durante un rato, aunque después te olvides de mí. Y el buen burgués (o la buena burguesa) se pasa la tarde convenciéndose de lo maravilloso que es su nuevo reloj, su crema para el cutis, su bolso o su ordenador. ¿Qué más se puede esperar de la vida antes de perder los 21 gramos que nos corresponden para el más allá?
21 gramos. Ni siquiera la luz del sol pesa tanto. Aunque sea igual para todos los hombres. Un pájaro de 21 gramos se eleva de una rama y navega por el viento hasta posarse en la ventana de mi biblioteca. Lo miro. Mueve su cabeza de un lado a otro como si vigilase los cambios de postura del aire. Después mete su pico en su plumaje, buscando un don que nunca encuentra. Y trina y alza el vuelo sin saber que su música se queda en mi ventana, por donde el sol, el mismo sol que brilla para todos los hombres, pone sus dedos sobre algunos libros que leí en mi niñez. Pasan las horas. Su mano anaranjada de media tarde me señala títulos de filosofía que no me sirvieron de mucho y en donde la existencia sigue dando saltos de página. Con el ocaso, esa luz, más venosa y anciana, toca otros volúmenes: los más decadentes, que se han ido amontonando por inercia. Podría salvar veinte, tal vez cincuenta libros que merezcan la pena. No caben muchos más en los 21 gramos que me han tocado. La oscuridad y el frío llegan a los estantes, a esos volúmenes que son como naves estelares. O como nichos. Recipientes donde queda mi memoria, la vida que pasó, que irá pasando hasta convertirse en un suspiro.
Un suspiro que, por muy rigurosa que sea la balanza que lo pese, jamás se sabrá adónde irá.


Ricardo García Nieto.

lunes, 7 de junio de 2010

SI ALGUIEN ME PREGUNTA POR MI BIBLIOTECA


Si alguien me pregunta por mi biblioteca, diré que es un camposanto, que mis libros son nichos de sabiduría. Y yo, el enterrador.
Diré también que soy un pastor de tumbas, un vigilante de títulos, un forense de párrafos.
Si alguien pregunta por mi biblioteca, diré que es el álbum fotográfico de mi vida. Cada libro guarda emociones e imágenes de mi historia individual. A veces me reconozco en ellas. Y a veces no.
Cuando limpio las estanterías, me encuentro con desconocidos que me susurran al oído.

Ricardo García Nieto.