Hay algo dentro de
nosotros que sabe más que nosotros mismos. Nuestra lucidez procede de la parte
más sombría. Brilla en la oscuridad lo mismo que el rayo de sol en el agua
negra del fondo de los pozos. A veces se hace consciente con un suave goteo, un
intuir las señales del destino, un advertirnos de a qué se debe y a qué no se
debe prestar atención. Se trasciende toda ciencia, toda lógica. Y se acierta.
Las cicatrices que llevamos adentro sonríen para borrarse.
Otras veces, ese algo recóndito e interior permanece en silencio mucho tiempo y nos empuja, nos ilumina de súbito. Surgen entonces ideas que transformaran el mundo o simplemente el curso de nuestras vidas. Cae la manzana; cae alguien de su caballo de prejuicios; tropieza con una fórmula magistral o mira con otros ojos esa sopa fantasmagórica que llamamos espacio o tiempo.
Todo se nos ha concedido. Pero no lo sabemos. Hay que bajar a lo más hondo para ver la luz del sol. Caer de espaldas para ver el espinazo del firmamento.
Otras veces, ese algo recóndito e interior permanece en silencio mucho tiempo y nos empuja, nos ilumina de súbito. Surgen entonces ideas que transformaran el mundo o simplemente el curso de nuestras vidas. Cae la manzana; cae alguien de su caballo de prejuicios; tropieza con una fórmula magistral o mira con otros ojos esa sopa fantasmagórica que llamamos espacio o tiempo.
Todo se nos ha concedido. Pero no lo sabemos. Hay que bajar a lo más hondo para ver la luz del sol. Caer de espaldas para ver el espinazo del firmamento.
Ricardo García Nieto