La
soledad es un reino. El poeta irlandés Patrick Kavanagh escribía junto al
solitario camino de Inniskeen sobre la diferencia entre conocer los entresijos
de lo que es ser rey, gobierno o nación, y conocer los del reino de la soledad:
Un camino, una
milla de reino. Soy el rey
de las orillas y
las piedras. Y de todo cuanto florece.
Hay
quienes huyen de la soledad como de sí mismos. Hay quienes la sustituyen por la
ambición de poder o dinero. También hay quienes hacen equilibrios entre el
reino de la soledad y la alienación o esclavitud de cada día para lograr un
salario, un ganarse la vida con decencia. Mundo exterior y mundo interior.
La
soledad da sus frutos, que han de ser compartidos. El arte bebe de ella.
También la filosofía y la espiritualidad. Patrick Kavanagh, en su poema “A un
niño”, escribía sobre la esperanza de hallar:
una ventana con
vistas hacia adentro.
Quienes
abren esas ventanas prefieren ser anónimos, disimular, huir de la notoriedad.
Tal vez son como Ulises, a quien nadie reconoce cuando vuelve de su largo
viaje, disfrazado de mendigo. Ulises llega a las puertas de su palacio y ve a
su perro Argos. Está tendido en un montón de estiércol, cubierto de garrapatas,
viejo y moribundo. Ulises no puede contener sus lágrimas al sentir en su
corazón el tiempo transcurrido desde que partió, cuando Argos era todavía un
cachorro. Nadie reconoce a Ulises, pero Argos hace un último esfuerzo, menea la
cola al ver a su dueño y muere.
Argos
muere con el reconocimiento. Argos nos habla desde el lenguaje de los símbolos,
en la soledad de su estiércol. Todos morimos y renacemos continuamente con la
iluminación, con la adquisición de la sabiduría, con el reconocimiento. Patrick
Kavanagh lo expresa en su poema “Recuerdo de mi padre”:
Cada viejo que veo
me recuerda a mi padre,
cuando se había enamorado de la muerte
me recuerda a mi padre,
cuando se había enamorado de la muerte
[…]
Cada viejo que veo
cuando el tiempo toma color de Octubre
parece que me dice:
”Yo una vez fui tu padre”.
cuando el tiempo toma color de Octubre
parece que me dice:
”Yo una vez fui tu padre”.
Muchos son los disfraces que llevamos en este
mundo de políticos y mercaderes, en esta sociedad que nos impone una forma de
ser, una obediencia. El último bastión es nuestra piel. Por debajo de ella
nadie gobierna a no ser que lo permitamos. Ser dueños de nuestra soledad es lo
mismo que ser dueños de nosotros mismos. Porque sólo en soledad seremos libres.
Y toda revolución es silenciosa.
Ricardo García Nieto