Cada fin
de año me visita un amigo que murió hace mucho tiempo. Su apariencia es la
misma que tenía cuando partió: pelirrojo, nariz aguileña, desgarbado y con una
sonrisa un pelín cínica. Una hora antes de la euforia colectiva de las doce, se
deja caer en un sillón, el que hay frente al de mis lecturas, y hablamos de
todo un poco. Este ritual se ha venido produciendo durante dos decenios, desde
que cayera de su balcón.
No suelo
celebrar el tránsito de un año a otro. Al atardecer del 31 de diciembre, apago
el televisor y tomo un buen libro. Vivo en una casa aislada en el campo. Cuando
aparece mi amigo, sé que las campanadas del pueblo más cercano llegarán a mis oídos
en una hora.
Las dos
primeras veces que me visitó, lo sometí al interrogatorio lógico que debiera
darse entre un vivo y un muerto: cómo moriste, por qué, qué se siente al dejar
el cuerpo, qué hay más allá de la vida… En su tercera visita, hablamos de
nuestros recuerdos compartidos, del sentido de este o aquel hecho, grande o pequeño,
que vivimos, si había visto o no a algún amigo común que también falleció… A
partir de la cuarta visita, las curiosidades se me apagaron y lo recibí como si
aún siguiera vivo, fluyendo yo con la naturalidad que presta el deshacerte de
las categorías fantasmales.
Hoy va a
ser un encuentro distinto. Hace dos meses sufrí un infarto masivo mientras releía
“El paraíso perdido” de Milton. Fallecí, pero no caí en la cuenta de mi deceso
y seguí leyendo hasta el final. Supongo que no advertí el túnel y la luz que
suelen conducir a las almas descarnadas. Nadie ha venido a casa desde entonces.
Supe que estaba muerto al no verme los pies. Y me asusté. Me sentí como el
viajero que ha perdido su avión. Mi avión al otro lado de la muerte.
Espero a
mi amigo para que me conduzca, para que me saque de aquí, para que me dé el
mapa y la brújula que los espectros utilizan entre ambos mundos. Cuando den las
doce, habrá empezado un nuevo año para mí: el definitivo.
Mientras tanto, lo espero como de costumbre, leyendo un buen libro.
Mientras tanto, lo espero como de costumbre, leyendo un buen libro.
Ricardo
García Nieto