-Tiene dos minutos.
-De acuerdo. Ésta es mi primera pregunta: ¿Cómo se siente después de comprar el Reino de España?
-Igual que siempre. Sólo ha sido un buen negocio.
-¿Le ha costado mucho?
-No. Recuerde que estaba en venta.
-¿Ha comprado más países?
-Muchos.
-¿Cómo consigue controlarlos?
-¡Qué pregunta más tonta! ¿Cómo cree usted que se controla un país?
-No lo sé; no tengo ninguno.
-Ni
creo que lo tenga nunca, hijo… Para controlarlos sólo tengo que poner
mis gobiernos. Ellos ya se encargan de todo: leyes, medios de
comunicación, bancos…
-Bueno, y de este gobierno suyo, ¿de quién está más satisfecho?
-A
mí me gusta mucho el chico de justicia. Nunca ha madurado, pero es un
chaval dispuesto. Hace lo que le pidas sin rechistar. Fíjese, si no, en
la magnífica reforma que va a sacar del código penal.
-Es antidemocrática.
-Normal…
Lo importante es que no se note. Con esto pasa como con las compresas… Y
mi justiciero es bueno en esto: las alambradas de sus cejas no dejan
que las malas intenciones se le vean en la cara.
-Ya entiendo.. ¿Y del resto del gobierno? ¿A quién destacaría?
-De entre los listos, al de economía. Y de entre los tontos, a la pequeña vicepresidenta y al de hacienda.
-¿Y los demás?
-No llegan ni a tontos.
-¿Ha pensado qué hacer con España?
-De momento, dejaré que siga cociéndose en su jugo. La gente aguanta y mis acciones suben.
-¿No se siente dueño de los españoles?
-Claro que sí, venían en el lote.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-¿No debería tratarlos mejor?
-¿Por qué?
-No sé, yo cuido muy bien a mis gatos…
-Pues claro… Sus gatos son animales de compañía…
-Y los españoles…
-Son
mano de obra barata. ¿No querrá que les ponga de comer todos los días y
me los lleve de vacaciones? Ya lo dijo Soraya en un desliz: tienen que
hacerse a la idea.
-¿Y si su partido no vuelve a ganar las elecciones?
-Oiga, yo no tengo partido; tengo los partidos. Y todos me harán caso.
-Entonces, ¿no hay solución?
-¿A qué?
-A la crisis.
-Yo no tengo ninguna crisis.
-Pues la va a tener. Los ciudadanos están hartos.
-¿Usted cree? Se acabó su tiempo.
Ricardo García Nieto