Para
celebrar el día de la Constitución Española, sería bueno recordar algunos
hechos: En España se devalúan las personas en lugar de la moneda. Se rebaja la
justicia, se deprecia el sentido común y se desvaloriza el bien. En España se
nos está educando para comernos los unos a los otros: competitividad, denuncias
anónimas, subsistencia programada a costa de otros… Un “sálvese quien pueda”
sin piedad y con la música de Wagner quemando las cuerdas de los violoncelos.
En España, nuestros gobernantes nos invitan a irnos para que cuadre el déficit
y las cifras de paro. En España, hemos dejado de ser ciudadanos para
convertirnos en súbditos de la deuda soberana. España ha cambiado mental y
moralmente. Y lo ha hecho tanto, que los españoles, aun viviendo en España,
echan de menos su hogar. No saben ya dónde están, si en el orgasmo perpetuo de
los especuladores o las grandes fortunas, si en la fastuosa satisfacción
onanista de sus políticos, si en la quejumbrosa agonía de desempleados,
emigrantes y ancianos que no tienen qué comer, con qué calentarse o cómo
curarse.
Para
celebrar el día de la Constitución Española traigo aquí uno de los mejores
diálogos de la historia del cine:
-¿Te
marchas, Ben?
-No.
-Yo
tampoco. Creo que hay dos clases de gente en el mundo: los que se marchan y los
que se quedan. ¿No es cierto?
-No, yo no
lo creo.
-Pues,
¿qué crees tú?
-Pues que
hay dos clases de gente: los que van a alguna parte y los que no van a ninguna.
Eso sí que es cierto.
-No estoy
de acuerdo, Ben.
-Porque no
sabes de qué demonios estoy hablando… Soy un ex ciudadano de ninguna parte. A
veces, echo de menos mi hogar.
Este
diálogo que sostienen Horace Tabor y Ben Rumson en la película “La leyenda de
la ciudad sin nombre” (Paint Your Wagon, 1969), entra en la categoría de lo
universal porque puede aplicarse a todo tiempo y lugar. Y hoy, especialmente, a
España.
El tema
que, acto seguido, canta Ben Rumson (Lee Marvin), tiene pasajes cuya
contundencia está a la altura del anterior diálogo. Y una música de leyenda.
Ben Rumson
acepta su destino como condición de la vida. Se queda pensativo un instante, al
final de la canción, y entra en la taberna. Busca el abrigo de la ebriedad.
Podemos
ver esta escena cada día.
Quienes
mañana celebren el día de la constitución en primera fila, viviendo la liturgia
sacro-política como si en ello les fuera la resurrección, no tienen la
profundidad intelectual de Ben Rumson. Ni la nobleza de los caballos con los
que se cruzaba en la escena.
No saben
lo que hacen. Ni quieren saberlo.
Ricardo
García Nieto