Las trampas que nos tendemos son las más infalibles: no hay presa más predispuesta, ni cazador más obcecado.
Así
en el cielo como en la tierra, la cacería de cada cual comienza en el
preciso acto de ver la luz. La persecución es implacable. En el aire se
cruzan los ángeles que caen con las almas que se elevan. Se miran cual
si fueran desconocidos. Pero son de la misma substancia. Naturalezas
dispuestas al rayo como a la nube, a la espada como a la copa que todo
lo contiene.
Las trampas que nos hacemos sólo corroboran nuestra humana contradicción.
La
tristeza de conocer lo inalcanzable, es la alegría de saber que existe.
Por mucho que el espacio-tiempo insista con su tozudez gravitatoria,
sabemos que será vencido un día.
Ricardo García Nieto