Lo
mismo que las olas contra el arrecife, los gobiernos, los amorosos
flechazos, las leyes o los placeres y trastornos, vienen, se topan con
la realidad y se van. El niño es mucho más perenne. Incluso cuando deja
de serlo. Cuando nos mueve un frenesí, algo va a pasar. Y no como
consecuencia de él, sino porque el alma, que es como el niño, se
adelanta a los hechos. Después vendrán las consecuencias.
Hace
un mes que llevo escribiendo frenéticamente. Algo me lleva. Es un
indicio claro: este hervidero de pensamientos es un regalo o una
herencia. Algo va a pasar. Y no por lo que escribo, que tendrá o no sus
efectos, sino porque el alma se antecede, porque el alma ha de dejar su
huella con antelación. No soy el único. Ni mucho menos. En nuestro
pequeño mar individual, atamos cabos, soltamos velas, damos golpes de
timón, buscamos un rumbo… En el océano colectivo, somos conducidos por
un entusiasmo. Creemos que respondemos a algo cuando lo que hacemos es
adelantarnos. Algo va a pasar. La corriente que nos lleva todavía no ha
alcanzado su apogeo. Quién sabe, hasta pudiera ser su esplendor.
El
hambre de plenitud podría asemejarse a la de pan. La de pan o justicia
es más orgánica, exige giros bruscos, respuestas rápidas. Pura
supervivencia. La de plenitud se parece más a los movimientos de un niño
en sus juegos. Se trasciende al juguete, la alfombra o el gato que
pasaba por allí. Pero es igual de tenaz a la par que menos espectacular.
Es lo que te pasa con el teclado o los gestos cuando le hablas a los
tuyos, cuando miras un precio o cortas un lirio. Algo está procurando
que sea distinto. Tu mano está cambiándolo todo. Se está adelantando a
grandes acontecimientos. No se adapta a los hechos consumados por
mequetrefes y miserables. Les está avisando.
Daré
un pequeño rodeo. Heráclito, en su fragmento 22, escribió: “los perros,
de cierto, ladran a quien no conocen”. Cervantes, que era tan culto
como genial, jamás escribió el “ladran, Sancho, luego cabalgamos”. Esta
frase no aparece en el Quijote. Pero la utilizan los políticos para
dárselas de lo que no son: ni cultos ni geniales. Fue Goethe en 1808, en
su poema “Ladrador” quien escribió: “Pero sus estridentes ladridos sólo
son señal de que cabalgamos”. Reproduzco el poema en mi propia versión:
"Cabalgamos por todos los lugares
en busca de fortuna y de placeres;
pero siempre nos ladran desde atrás,
nos ladran y nos ladran de entusiasmo.
Los perros del potrero desearían
en busca de fortuna y de placeres;
pero siempre nos ladran desde atrás,
nos ladran y nos ladran de entusiasmo.
Los perros del potrero desearían
acompañarnos siempre,
mas sus ladridos estridentes
tan sólo nos dirán que cabalgamos".
mas sus ladridos estridentes
tan sólo nos dirán que cabalgamos".
Ladrar
a quien no conocen es un indicio. Ladrar a quienes cabalgan otro.
Avanzar a pesar de los ladridos es una cosa. Y tener la certeza de que
avanzamos porque nos ladran es otra.
¿Hay
perros que nos ladran cuando cambiamos el mundo? Debiéramos decir que
sí. No porque nos persigan para darnos caza. Sino porque desearían
seguirnos en esa aventura. La naturaleza, en este caso, nos estaría
hablando a través de los perros de la misma forma que el Cosmos se habla
a sí mismo través de nosotros.
Dejamos
un rastro frenético: huellas, ladridos, polvo en el camino. Son los
presagios de que nuestras almas avanzan, que se adelantan al paisaje que
habremos de encontrar. Vamos por el buen camino. Cuando alcancemos la
libertad –y todavía no sabemos el precio de la misma, aunque sí su
valor-, nos sentiremos plenos.
Pero
hay algo de melancólico en la certeza de que el alma te está dejando un
regalo o una herencia. Algo que frisa un “se acabó” personal. Saberse,
individualmente, abocado a un acontecimiento que aún no conoces es como
la intuición de una enfermedad, un acabamiento, un proceso de muerte
cuyo renacimiento ignoras. La vida misma lo es. Nietzsche nos hablaba
del vivir y del morir como de un ciclo, en el que se repetirán los
acontecimientos, las ideas y sentimientos. Un nuevo despertar en el que
podrás elegir volver a vivirlo todo sin miedo. Las mismas cosas. ¿Cuánto
temor hemos acaudalado en esta vida? ¿De cuánto nos tendremos que
librar en la próxima?
Lo mismo que las olas contra el arrecife, ladrando a su manera, la vida se nos va hacia la esperanza que nunca debimos perder.
Siento
el cansancio en cada articulación. Ha cambiado el tiempo. Los
pajarillos del tendido eléctrico buscan algo en los bolsillos de sus
plumones. Una luz sincera los roza. El cielo lo supo antes.
Ricardo García Nieto