Estar
enfermo tiene momentos deleitosos. La fiebre te ofrece cálidas nubes en las que
te duermes sin certezas. Cuando te sobrepones de ese exquisito sueño, el cuerpo
pesa el doble y te duelen todos los músculos. Si te atreves a escribir, te
resultará ajeno lo que leas. ¿Quién será el extraño que dice estas tonterías?
Toses. ¿Estarás ladrándole a tu gobierno? No me canso de hacerlo. Cierro los
ojos y vuelvo a la dulce placenta. Allí consulto la gran enciclopedia de los dormidos.
Después de tres días, he claudicado. Hoy empezaré a administrarme
antibióticos. Me los tomaré cual si fueran revoluciones: Tomas de la Bastilla.
Soy como el acorazado Potemkin: lo que importa es lo que suceda dentro.
En España hay microorganismos poco deseables. Los hospedamos cual si
fueran protectores. Hacen el paripé de esforzarse por el bien de la patria.
Aunque no sabemos de qué patria se trata, si de Alemania, si del FMI o de sus
propios partidos. Son los simuladores “Politicocos” en simbiosis con los
“Bancocos aureus”.
La enfermedad de un país no es como la mía. Ni siquiera tiene esos
momentos placenteros que me embargan. En España lo que se embargan son
viviendas, tierras, ahorros, vidas por delante y por detrás. Aquí no se libran
ni los niños ni los ancianos. Aquí proliferan las bacterias: Politicocos y
Bancocos aureus. ¿Cuándo le administraremos a este país los pertinentes
antibióticos?
Urge el tratamiento médico.
En dos años habrá elecciones generales. Esperemos que el enfermo no se
nos muera por el camino.
Con respecto a mí y mi claudicación, poco he de añadir. Cuando me miro
en el espejo, no me siento tan extraño como con lo que escribo. Estar enfermo
tiene momentos deleitosos.
Ricardo García Nieto