Los
españoles nos estamos haciendo expertos en Tafonomía. Conocemos muy
bien los procesos que van de la corrupción y descomposición de los
cuerpos a la fosilización. Lo nuestro son los cuerpos corruptos y los
fósiles. Quizá porque no tenemos que escarbar muy hondo en ningún
yacimiento. Estamos hartos de que los fósiles nos hablen con su lúgubre
autoridad y de que los cuerpos corruptos se meneen por aquí y por allá
con su sonrisa de autosatisfacción. Esto nos sucede a diario. Diríase
que España es un gran cementerio en el que cuarenta y tantos millones
miran a la élite corrupta y fosilizada en sus quehaceres políticos y
financieros.
Como
buenos tafónomos, los españoles observamos y nos hacemos muchas
preguntas. Y hasta proponemos hipótesis sobre cómo la muerte está tan
llena de vida, no sólo por los alegres gusanillos que disfrutan de la
carne corrupta, sino por la carne corrupta en sí, tan vivaracha y ágil
en las televisiones: ministros, diputados, presidentes de grandes
compañías… Aprendemos de ellos el lado más estúpido: parecemos zombies.
Lo
más enternecedor es el protagonismo de los fósiles parlantes.
Lógicamente, se les ve con la rigidez mental de un trilobites, pero con
una locuacidad que para sí querrían los papagayos. Repiten sin cesar el
estribillo de que nada ha de cambiar. España está bien como está.
El
cementerio español está lleno de vida. Para nuestros fósiles y cuerpos
corruptos, allí domiciliados, los muertos somos nosotros: los tafónomos
que se dedican a comprenderlos mientras trabajan como zombies baratos y
sin derechos.
Voy a dejar este artículo porque ya hiede.
Ricardo García Nieto