Dejarme vencer por la melancolía y llenar un folio, ejerciendo el papel de vencido, sería una forma de ipsación. Algo vergonzoso para mi edad. Los vencidos son otros, los que tienen esa dignidad sublime de guerreros derrotados. Sus heridas son incomparables con las mías. Por mucho que me empeñe en hacerlo. Mis cardenales y cicatrices son de una ridiculez que abochorna.
El suicidio fracasado de Joseph Conrad nos dio “El corazón de las Tinieblas”; el suicidio frustrado de Paul Gauguin, lienzos definitivos. Albert Camus, en “El mito de Sísifo”, concluye que la única razón para no suicidarse es la rebelión contra lo inhumano. Frente al absurdo, la vida se crece con la lucha.
Dejarse vencer nos depara una deshonra intemporal para nosotros mismos.
La lucha contra la injusticia corresponde a cansados y eufóricos, a tristes y alegres. Pero será la tabla de salvación de los que sólo tienen la vida que perder. Jung supo que la voluntad queda en suspenso cuando cada motivación tiene su contra-motivación, cuando la tensión entre la conciencia y el inconsciente es la de dos opuestos. Este conflicto, decía, es lo que da legitimidad a nuestras vidas. Si no existiera tal conflicto, nuestra vida sería una vida a medias, seríamos ángeles. Y Dios (la consciente totalidad, el universo o como queramos llamarle) ama más a los seres humanos que a los ángeles.
Trascendernos sería la primera ley. Construirnos, la segunda.
Para eso persistimos.
Comparo el lúcido persistir de Nelson Mandela o de Andréi Sájarov con el mediocre quehacer de quienes se adueñan de:
1) Un saber ignorante, un saber de fingimientos, un saber mentir.
2) Un poder incapaz, un poder de leyes muertas, un poder mermar.
Los auténticos ignorantes e incapaces son los que rigen la vida pública. Dime de las mentiras que presumes y te diré de las verdades que careces. Dime de cuantos antidisturbios te rodeas y te diré quién eres.
La serpiente incuba monstruos.
Ricardo García Nieto.