Hay
personas que no tienen conciencia de ver aunque vean. Les dices “sigue
con tu dedo este punto rojo en la pantalla del ordenador”. Y lo siguen,
pero no se dan cuenta de que lo siguen; el dedo lo persigue pero ellos
no lo ven. No saben que ven.
Me
pregunto si esta patología tan extraña no tendrá una variante
colectiva.¿Nos empecinamos como sociedad en no ver lo que vemos? ¿O nos
han enseñado a hacerlo?
Una
colega mía dice que hablo mucho de política y que eso ya no interesa.
Puede que tenga razón. En alguna habitación fría debe haber un lugar
reservado para todo esfuerzo inútil. Al entrar en ella, contraes la
“visión ciega”, como si de una gripe se tratara, y desaparece el fruto
de los trabajos y los días.
Después
de medio siglo de existencia y tan penosos resultados, la sensación de
esforzarme en balde la tengo en muy avanzado estado. Y aun así, prosigo
escribiendo sobre el inadvertido sentido de las cosas, el dolor o la
moderna tiranía española. Puede que mi quehacer se reduzca a tomar la
fotografía de un cadáver. Ésa será mi contribución a la bancarrota moral
de este país. ¿Quién nos rescatará de ella? Pierdo la sensatez ante una
oscuridad de la que no puedo volverme. Hay cosas que he de hacer para
saber que existo. Por eso escribo en vano. Si le tuviese miedo a la
libertad, me atiborraría de dulces navideños y bebería buenos vinos para
exorcizarlo. La libertad nos conmina a atrevernos, tanto en lo
individual como en lo colectivo. Pierdo aquí mi condición de observador.
Actúo torpemente, pero actúo. No pude elegir el papel en la tragedia.
Ni mi lugar en esta trama incomprensible. No sé a quién sigo ni quién va
tras de mí. La visión ciega se impone, nos posee con sus buenas
palabras, su calculado optimismo y sus discursos repetidos.
Las mentiras echan humo por la boca de su cañones. Alguien está apretando todos los gatillos. Pero no lo vemos.
Ricardo García Nieto