Quisieron
que no dejaras de moverte. Lo consiguieron. Y te dejaste algo más que
la piel en los ensayos. Te viste en soledad, a merced de aquellos
zapatos que no se atrevían a parar, y te sobrepusiste. Las argucias
cotidianas para llegar a tiempo eran los pasos de baile de tu mente. Y
la música no cesaba.
Algo
o alguien, nunca sabemos qué es lo que puede surgir a un lado del
camino, llamó tu atención. Y te detuviste a mirar. Por primera vez, el
paisaje se quedó quieto. Y te preguntaste: ¿adónde voy?
Aquí acaba la primera parte de la historia.
La
gran colmena, que veía la semilla del peligro en tu mente, ya se había
provisto de un ejército de psiquiatras para encauzar tus pensamientos.
La química de la felicidad se servía en hermosos colores que entraban
por tu boca para salir de nuevo por tus zapatos, iluminando un futuro de
bienestar y alegría.
Y
de pronto, se desplomó la música. Oímos su golpe contra el suelo.
Retumbó en todos los bolsillos y expectativas. Había que bailar con la
melodía de las protestas.
Fin de la segunda parte.
Todo
el mundo miraba al director de orquesta. Los insultos pasaron de las pupilas a
la lengua, y de la lengua a las manos. Se desató la cólera. La rabia
contenida durante tantos años de inolvidables melodías.
Estamos en el instante decisivo.
Allá donde pongamos nuestra atención, allá se irá nuestra energía.
La tercera parte habrá de escribirse desde el lugar donde miremos.
Ricardo García Nieto