Algo
me deslumbra cuando cierro los ojos. Es la inalcanzable claridad.
Quiero negarla para batirme en duelo con las asperezas de este mundo,
limarlas, erosionarlas como el mar hace con sus límites. Dejo en manos
del destino cualquier fisura por la que pueda proyectarme a no sé dónde.
La rutina de los días me convierte en un marcador de páginas. Pocas
deben quedarle al libro. Demasiadas, a las ficciones que habitamos.
Las
hormigas, las abejas y las termitas tienen una mente colectiva. Cada
una sabe su función y sitio. Nuestra mente globalizada está a punto de
regalarnos la virtud de esos insectos. Tal vez, ya lo haya hecho.
Incluso, puede que haya millones de almas celebrando la seguridad del
panal o del hormiguero. De nada les servirá cuando cierren los ojos y
sean deslumbrados un día.
Famélicos vamos de sentido.
Por eso batallamos con las escarpaduras que salen a nuestro paso.
Inocente combate de colegiales contra monstruos imaginarios. En nuestra ficción, vencemos.
La inalcanzable claridad puede fulminarte con sólo un parpadeo. No cabe sino rendirse.
En ella descansaremos cuando acabemos el libro.
Ricardo García Nieto