martes, 25 de febrero de 2014

MOMIFICADOS: LA NUEVA CLASE MEDIA


La mañana de los momificados comienza con un café con queja o resignación. Encienden la radio y se duchan bajo los vómitos de las castas dominantes. Después, se van a trabajar bajo unas condiciones propicias para la ira o la tristeza. Las compras posteriores mitigarán esos sentimientos, que volverán con más fuerza al día siguiente. Así echan para adelante: mediante carencias que ningún objeto, estatus o título podrá sanar.
Los momificados van de bulo en bulo: desinformados y sobreinformados. Las verdades anoréxicas u obesas sólo son medias verdades: peores que mentiras. Con ellas se les gobierna, conduce y mata.


Ricardo García Nieto

sábado, 15 de febrero de 2014

YO NO SOY LA MARCA ESPAÑA

Por mucho que se empeñen en vender este país, yo no voy en el lote. Nunca controlarán ni lo que pienso ni lo que soy capaz de hacer. No soy una marca a disposición de los mercados financieros. No soy domable. Puedo seguirles el juego hasta acabar con ellos. Hasta verlos a todos en la cárcel. La razón es bien sencilla: los dueños de las formas políticas nada pueden con las potencias espirituales. El individuo tiene la libertad, siempre la tendrá, por mucho que se la mermen. El individuo aislado concentra en sí más poder que un partido, que un ejército, que cualquier usura impuesta por sus gobernantes.
Nuestros políticos no son la democracia.
La democracia es la forma que tiene un pueblo de no ser esclavizado.
Nuestros políticos no simbolizan la democracia.
La democracia se simboliza en el acto libre de cada ser humano.
Nuestros políticos no representan a los ciudadanos.
Representar viene del latín “repraesentare”: SER con reiteración (RE) y SER delante, antes, mucho y más (PRAE).
Nuestros políticos no están ni delante de nosotros para defendernos, ni antes que nosotros para hacerlo, ni siquiera dispuestos ni mucho ni más a jugarse un meñique por nosotros.
Se limitan a vendernos y a reiterarse a sí mismos.
Nuestros políticos ni siquiera son nuestros.
Son de su partido.
Los nuestros, los verdaderamente nuestros, no se venden. Son anónimos. Se mueven en ese silencio que jamás podrán controlar… Más poderoso que un partido, que un ejército o que cualquier usura impuesta por unos traidores.

Ricardo García Nieto

jueves, 13 de febrero de 2014

ROBOTS, SALAMANDRAS Y GALATEAS

Si yo dijera que soy un robot o una salamandra, quien me leyera pensaría que he perdido el juicio o que he leído demasiadas novelas de ciencia ficción. Sobre lo segundo, estaría en lo cierto. Sobre lo primero, no seré yo quien desvele dónde empieza o termina la cordura de nadie y, mucho menos, la mía. No hemos de menospreciar a los modernos Quijotes cuando ven sus molinos, pues el actual bracear de los gigantes se mimetiza con el entorno y deja sus cardenales económicos y políticos.
Que vivimos en una España de robots y salamandras, y que quien me lea está en proceso de serlo, si no lo es ya, es para mí incuestionable. De ello dieron cuenta los relatos de anticipación cuando se convirtieron en libros de Historia. Claro está, una Historia narrada unas veces en lenguaje simbólico; otras veces, con descripciones substanciosas.
Las novelas de ciencia ficción tienen su carcasa como la nuez su cáscara. Abrirlas, amén del gesto físico de separar sus pastas, precisa de una mirada ascensorista, capaz de bajar varios niveles de lectura. Hoy quisiera ir al entresuelo de dos obras de Carel Capek, que reflejan con mucha anterioridad el mundo que fatigosamente respiramos: R.U.R. Robots Universales Rossem (1920) y La guerra de las salamandras (1936).

R.U.R. (Rossumovi univerzální roboti, 1920) es una breve obra de teatro. Es célebre por tratarse del primer texto impreso en el que aparece el término “robot”, neologismo inventado por Josef Capek, hermano de Carel, a partir de la expresión checa “robota”, que significa “trabajo de esclavos”. Robot es la palabra checa más conocida en el mundo. Hay que destacar que estos primeros robots de la historia -literaria o no- eran idénticos a nosotros: nada de hierros, tornillos y tuercas. Se fabricaban a partir de una sustancia que imitaba la materia viva (protoplasma) por medio de la síntesis química.
Detengámonos en este pasaje:

DOMIN: […] ¿Qué tipo de trabajador cree usted que es el mejor desde un punto de vista práctico?
ELENA: ¿El mejor? Quizá el más honrado y más trabajador.
DOMIN: No, el más barato. Aquel cuyas necesidades son mínimas. El joven Rossum inventó un obrero que tiene un mínimo de exigencias. Lo tuvo que simplificar. Rechazó todo aquello que no contribuía directamente al progreso del trabajo. De esta forma rechazó todo aquello que hace al hombre más caro. En realidad lo que hizo fue rechazar al hombre y hacer el robot. Mi querida señorita Glory, los robots no son personas. Mecánicamente son más perfectos que nosotros, tienen una inteligencia enormemente desarrollada, pero no tienen alma. (1)

Como una pandemia, se ha extendido por el mundo el virus de los recortes laborales. Para sobrevivir, ya no como empresas, sino como países, hemos de ser competitivos. Y para serlo, se han de diezmar salarios a la par que se aumentan las horas de trabajo del empleado. El trabajador barato, no el honrado, es el que sobrevive. A Estados Unidos y Europa ha llegado esta gripe que vienen padeciendo demasiado tiempo ya los obreros del Tercer Mundo. Tanto allí como aquí, el motor es el miedo a la hora de decidir: ¿qué prefieres un trabajo que roza la esclavitud o ninguno? (2)
¿Exagero si digo que los mercados financieros están convirtiéndonos en robots? (3) Creo que no. Es más, yo diría que los están fabricando, con el mensaje y masaje de los medios de comunicación, desde la cuna hasta la sepultura.
Siguiendo con el símil de los robots, podríamos acordarnos de las leyes robóticas que estableció Isaac Asimov, por primera vez, en su cuento Círculo Vicioso (Runaround, 1941). Asimov atribuye las tres Leyes de la robótica a John W. Campbell, que las habría redactado durante una conversación sostenida el 23 de diciembre de 1940. Sin embargo, Campbell afirma que Asimov ya las tenía en su pensamiento, y que simplemente les dieron, entre los dos, una expresión más formal.
Sea como fuere, y teniendo en cuenta que ya somos robots diseñados por los mercados financieros, las tres leyes robóticas de Asimov podrían reescribirse así:
1)    Ningún trabajador (robot o salamandra) causará daño a los mercados financieros o permitirá, con su inacción, que los mercados financieros sufran daño;
2)    todo trabajador (robot o salamandra) obedecerá las órdenes que le den los mercados financieros, a menos que esas órdenes entren en conflicto con la primera ley;
3)    y todo trabajador (robot o salamandra) podrá proteger su propia existencia, siempre que esa protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.

Quien me lea se preguntará a cuento de qué viene tanta salamandra. Procedo a explicarlo.
Dieciséis años después del éxito de R.U.R., Carel Capek publicó en Praga La guerra de las salamandras (Válka s mloky, 1936). En una isla del Pacífico se descubren unas salamandras gigantes e inteligentes, del tamaño de un niño de diez años. En el agua nadaban, pero en el fondo caminaban sobre las patas traseras como un ser humano. Tenían manos, como las personas, sin garras, más parecidas a las manos de los niños, con una cola parecida a la de los peces y sin aletas. Y con una cabezota redonda. Este descubrimiento cambiará el mundo. Al igual que los robots de R.U.R., las salamandras se convierten en mano de obra barata cuando se funda el “Sindicato de las salamandras”, que no era otra cosa que un grupo financiero encargado de la crianza y distribución de la esclava especie. Leamos este texto:

Hagan el favor de tomar papel y lápiz. Seis millones. ¿Ya está? Multiplíquenlo por cincuenta. Son trescientos millones, ¿no? Multiplíquenlo otra vez por cincuenta. Eso es, quince mil millones, ¿no es cierto? Y ahora, por favor, señores, tengan la amabilidad de decirme qué vamos a hacer de aquí a tres años con quince mil millones de salamandras. ¿En qué las vamos a emplear? […] La alimentación de las salamandras cuesta unos céntimos diariamente; si una pareja de salamandras se vendiese, digamos a cien francos, y si la fuerza de trabajo de una de ellas durase aunque fuese solamente un año, el dinero invertido se le amortizaría fácilmente al comprador. […]
El Consejo de Administración propone que sea creado un nuevo trust vertical, bajo el título de “Sindicato de las Salamandras”. Serían miembros del Sindicato de las salamandras, además de los componentes de nuestra Sociedad, determinadas grandes empresas y fuertes grupos financieros. […]
Entramos realmente en la Utopía. ¡Ya estamos en ella, amigos! Debemos solucionar el futuro de las salamandras, solamente, en su aspecto técnico. (4)

Muy bien. Hasta aquí el texto de Carel Capek, en el que se describe la reunión del consejo de administración de una sociedad. Podría ser el de cualquier compañía energética, calculando la subida del recibo de la luz o del gas. O la de cualquier Banco Central meditando el porcentaje de los tipos de interés. ¿Un consejo de ministros, quizá? No sé, sinceramente no creo que tenga tanto poder…
Lo significativo es la ausencia de escrúpulos a la hora de gestionar la vida de una especie, dócil e inteligente, cuyo aspecto es el de un niño de diez años.

Las salamandras, al igual que los robots, pueden servirnos, en general, como metáforas del hombre actual, y de españoles, portugueses y griegos, en particular. Seres a los que se mira desde lo alto de la pirámide económica como mano de obra de ocasión, prácticamente a saldo, sujeta a pocos derechos y de la que se espera el máximo rendimiento.

El crecimiento económico, a costa de lo que sea, como nueva Tierra Prometida; la mentira política como único horizonte de sucesos; y el urgente consumismo como actividad única a la que se ve abocado el ser humano, va dejando tras de sí largos regueros de sangre desde el tercer mundo al primero. Los podemos apreciar en las marcas que deja nuestro carrito de la compra en los grandes almacenes.
En la obra de Capek, Robots y Salamandras inician una guerra por su liberación y dominio. Y los resultados son catastróficos para la Humanidad, que en ambos casos pierde.

Los robots acaban con todos los seres humanos del planeta, a excepción de uno: el Jefe de Talleres  Alquist, precisamente el único hombre que empleaba aún sus manos para trabajar. Y, precisamente, el único operario de la fábrica que estaba en contra de la fabricación de robots:

ALQUIST: Ha sido un crimen fabricar robots.
DOMIN: ¿Qué?
ALQUIST: Que ha sido un crimen fabricar robots.
DOMIN: No, Alquist. No me arrepiento de eso ni siquiera hoy.
ALQUIST: ¿Ni siquiera hoy?
DOMIN: Ni siquiera hoy, el último día de la civilización. Fue una gran aventura. (5)

Y, precisamente, el único hombre al que los robots perdonan la vida:

(Entran más robots por la izquierda)
RADIUS: ¿Habéis acabado con ellos?
OTRO ROBOT: Sí.
DOS ROBOTS (Arrastrando a Alquist): No ha disparado. ¿Le matamos?
RADIUS: Matadle (mirando a Alquist). No, dejadle.
ROBOT: Es un hombre.
RADIUS: Es un robot. Trabaja con sus manos como los robots. Construye casas. Puede
trabajar.
ALQUIST: Matadme.
RADIUS: Tú trabajarás. Construirás. Los robots van a construir mucho. Van a hacer casas
nuevas para robots nuevos. Tú les servirás.(6)

Y las salamandras inician su guerra contra el hombre por pura necesidad, buscando ese espacio vital que tanto nos recuerda las justificaciones de Hitler para invadir Europa.

«¡Haló, hombres! Conservad la calma. No tenemos propósitos hostiles contra vosotros. Pero necesitamos más agua, más bancos de arena. Somos demasiadas. Vuestras costas ya no nos bastan. Por eso tenemos que destruir vuestros continentes. Haremos de ellos bahías e islas. Así podremos multiplicar por cinco la longitud de las costas del mundo. Vamos a construir nuevos bancos de arena. No podemos vivir en las profundidades de los mares. Vamos a necesitar vuestros continentes como material para rellenar el fondo de los mares. No nos guía el interés de perjudicaros, pero somos demasiadas. Por ahora os aconsejamos que os trasladéis a las ciudades del interior. Podéis vivir en las montañas, porque es lo último que derrumbaremos».
«Vosotros nos habéis buscado, nos habéis repartido por todo el mundo. ¡Pues ya nos tenéis! Queremos vivir en buenas relaciones con vosotros. Nos proporcionaréis acero para construir nuestros taladros, picos y palas. Nos suministraréis torpedos. ¡Trabajaréis para nosotros! Sin vuestra ayuda no podríamos acabar con los viejos continentes. ¡Haló, hombres! Chief Salamander, en nombre de todas las salamandras del mundo, os ofrece la colaboración. Trabajaréis con nosotros en la destrucción de vuestro mundo. Muchas gracias.» (7)


La propensión del hombre a crear alguien a su imagen y semejanza ha sido reflejada desde siempre en los mitos y la literatura. En muchas ocasiones, esa emulación de Dios es falsa. Capek sabía que no buscábamos Pinochos en ese futuro posible donde crearíamos o domesticaríamos una especie. Nuestra inclinación natural tal vez propenda a la creación de un esclavo. O en todo caso, alguien sin otro fin que someterse a nuestros intereses de la misma manera que nosotros nos sometemos a los intereses de los mercados. Ese equívoco, en la obra de Capek, conllevaba la perdición de la raza humana. Una metáfora más de lo perdidos que estamos ya. Perdición no física, sino espiritual y racional.

Un último apunte. En el libro X de La metamorfosis, de Ovidio, podemos entrever el primer robot o salamandra y su razón de ser.
Pigmalión, rey de Chipre, no encontraba la mujer perfecta con la que casarse. Y desistió. Dedicándose a esculpir preciosas féminas con las que combatir su soledad. Y de una de esas estatuas, llamada Galatea, se enamoró.

esculpió un marfil, y una forma le dio con la que ninguna mujer
nacer puede, y de su obra concibió él amor.  (versos 248-249)

Los labios le besa, y que se le devuelve cree y le habla y la sostiene
y está persuadido de que sus dedos se asientan en esos miembros por ellos tocados (versos 256-257)

Y le pide a los dioses que conviertan a la mujer de marfil en su esposa de carne y hueso. Y sus deseos se cumplen.

y echándose en su diván le besó los labios: que estaba templada le pareció;
le allega la boca de nuevo, con sus manos también los pechos le toca.
Tocado se ablanda el marfil y depuesto su rigor (versos 281-283)
[…]
un cuerpo era: laten tentadas con el pulgar las venas. (verso 289)
[…]
ella a Pafos dio a luz, de la cual tiene su isla el nombre. (verso 297)


Para Pigmalión, lo dado por naturaleza no es suficiente. Sus exigencias cruzan la frontera del narcisismo al sólo amar una estatua por él creada. Nada más que ésta le vale. Tenía que ser así y así, y no de otra manera, la mujer que a él se someta y le dé hijos.
Los reyes del siglo XXI, la nueva sangre azul de los mercados financieros, también tienen sus Galateas. Nos referimos a los modelos prefabricados por la industria del espectáculo y la pasarela. Miles de millones de dólares invertidos en “formas de ser” modernas… Formas (no más) que nos dicen cómo hemos de vivir, estar, qué consumir y esperar. Robots y salamandras de nivel superior, en cualquier caso, que “educan” a las que abarrotamos los niveles inferiores.

¿Qué podemos hacer? Tomar conciencia.
Somos huellas que se encuentran antes de que se dé el paso. Retumbamos antes de que la puerta se cierre con violencia y nuestra piel se eriza antes de la caricia. El tiempo nos engaña. Porque vamos por delante de él. Tal vez somos empujados por la sabiduría de un corazón que aprendió a pensar mejor que el cerebro.
En los tiempos que corren, es necesario que confiemos en ese saber que no presume de serlo.
Algo nos dice que el momento ha llegado. Y lo hace serenamente.
Latimos más allá de la moneda o la máquina. Respiramos más allá de lo que no nos exime de su cumplimiento. Justo donde nuestras huellas se encuentran.


Ricardo García Nieto.





(1) Hermanos Capek, R.U.R. Robots Universales Rossum, Alianza Editorial S.A., 1966, pg. 8.

(2) Según los datos que la OIT publica en su Informe global de salarios de 2012/2013, las nóminas en España están ya por los suelos. Tan sólo once países tienen la mano de obra más barata que España: Filipinas, Hungría, Polonia, Brasil, Eslovaquia, Estonia, la República Checa, Portugal, Argentina, Singapur y Grecia. Pareciera que quisiéramos ponernos a la cabeza. Si el mejor obrero es el más barato. Ya estamos entre los mejores.

(3) Cuando se habla en los medios de comunicación de las exigencias de «los mercados», en realidad no se hace referencia a los mercados en general, sino a un tipo muy particular de mercados que presentan hoy día una enorme importancia: los mercados financieros.
Como resultado de la aplicación de las políticas neoliberales durante las décadas de 1980, 1990 y 2000 —particularmente la liberalización y des-reglamentación del sector financiero, así como los procesos de privatización y apertura externa de las economías—, los mercados financieros han experimentado un trepidante desarrollo y una fuerte internacionalización.
A mediados de la década de 2000 el volumen de divisas negociadas en un solo día era sesenta veces superior a la cifra de importaciones mundiales diarias, y ochocientas veces superior al volumen de inversiones extranjeras directas que se efectúan en un día.

¿Quiénes son los mercados financieros? Son unos pocos los inversores que concentran la mayoría de los activos, de las transacciones y, en definitiva, del poder. Estos son fundamentalmente los grandes bancos (bancos comerciales y bancos de inversión), los inversores institucionales y las agencias de calificación (3.1).
Los grandes bancos comerciales, tanto americanos (Citigroup, JP Morgan Chase, Bank of America) como europeos (Barclays, UBS, HSBC, Deutsche Bank, BNP Paribas, Santander, BBVA), son quienes otorgan la mayoría de los préstamos utilizados para adquirir títulos financieros. Los inversores institucionales (fondos de inversión, fondos de pensiones, compañías de seguro y hedge funds) se sitúan también en el núcleo duro de los inversores financieros. El mayor fondo de inversión del mundo es la compañía BlackRock.
NACHO ÁLVAREZ PERALTA ¿Quiénes son «los mercados»?, Icaria Editorial S.A., 2011, págs. 15-21

(3.1) Las agencias de calificación o rating son empresas que, por cuenta de un cliente, califican productos financieros o activos ya sean de empresas, estados o gobiernos regionales (estados federados, comunidades autónomas). Wikipedia.org: “Agencias de calificación de riesgos”.

(4) Karel Capek, La guerra de las salamandras, Ediciones Hiperión S.L., 1ª reimpresión, 1996, págs. 120-125

(5) Hermanos Capek, R.U.R. Robots Universales Rossum, Alianza Editorial S.A., 1966, pg. 32-33.

(6) Hermanos Capek, R.U.R. Robots Universales Rossum, Alianza Editorial S.A., 1966, pg. 42-43.

(7) Karel Capek, La guerra de las salamandras, Ediciones Hiperión S.L., 1ª reimpresión, 1996, págs. 260-261