jueves, 20 de mayo de 2010

VLADIMIR DUDINCEV Y SU PARÁBOLA DEL TIEMPO COMPRIMIDO


¿Qué haríamos si se nos diese la posibilidad de realizar en un solo año cuanto estábamos destinados a hacer a lo largo de toda nuestra vida? ¿Y si la contrapartida fuese morir al cabo de ese año? ¿Sería una bendición o una condena? Encontrar un remedio contra el cáncer, escribir un libro que cambiase la cosmovisión de la humanidad, llevar a cabo una obra como la de Vicente Ferrer o Newton... Y después la muerte. ¿Qué decidiríamos si fuésemos elegidos para ello? Este es el planteamiento que hace Vladimir Dudincev en su "Cuento de Año Nuevo", relato del que después hablaré. Primero me fijaré en su autor.

Vladimir Dudincev (Ucrania, 1918 - Rusia, 1998) fue uno de esos escritores a los que se podría calificar de “grande en gloria y desgracia”. A su padre lo ejecutaron durante la Revolución Rusa. Se esforzó como estudiante hasta hacerse abogado. Fue herido en el frente de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. Después decidió dedicarse a escribir y abandonó la abogacía. Trabajó para el periódico el “Komsomolskaya Pravda”, que le dio la oportunidad de viajar por la Unión Soviética con el fin de contar historias sobre gentes que, como él, rehacían sus vidas tras la guerra. Su novela de 1956 "No sólo se vive de pan" produjo un gran impacto en la sociedad soviética. Narra la historia de un ingeniero, cuyo invento nunca verá la luz al quedar sepultado por las trabas burocráticas y administrativas. Esta novela se hizo muy popular en Occidente al ser exhibida como una radiografía del estado soviético. Y Dudincev cayó en desgracia. Lo que era una escritura con alma, la lucha de un individuo por el bien de la colectividad, se convirtió en una crítica al sistema. Una crítica que nunca se le perdonó. Después vino la pobreza y el descrédito: más de 25 años viviendo de préstamos y regalos. En 1988, ya con la Perestroika, fue rehabilitado con la publicación de su novela “Trajes blancos”, por la que recibió el premio Nacional de Literatura de la URSS, y de la que posteriormente, en 1992, se haría una película con el propio Dudincev como guionista. Falleció 6 años después.



Siempre que observo esta fotografía me imagino que Vladimir Dudincev está contándole a su hijo, sobre el mismísimo rodillo de la máquina de escribir, el desenlace de su “Cuento de Año Nuevo”, en 1957. Fue uno de los últimos relatos que publicó antes de convertirse en un escritor "apestado". Lo leí al final de mi infancia, cuando el niño que fui moría y se convertía en un extraño para el nuevo adolescente que se calzó mis zapatos. Y el peculiar poso de esta lectura me ha acompañado hasta el día de hoy, haciéndome sentir -no sólo pensar- lo relativo que es ese parámetro que llamamos tiempo. ¿Se puede comprimir? Al personaje de este relato, un joven científico, se le otorga el don de realizar en, un solo año, la obra de su vida. A partir de ese instante, este personaje trabajará día y noche hasta dar con un descubrimiento crucial para el resto de la humanidad: crear un minúsculo trozo de sol. Lo consigue el último día del año otorgado y fallece.
De este cuento se deduce una verdad importante: todos estamos sometidos a un continuo proceso de muerte y renacimiento, a momentos que cambian nuestras vidas, situaciones en las que el tiempo se comprime y tras las cuales ya no somos los mismos. Nos marcan para lo que queda de nuestra existencia y hacen que afloren en nosotros los mejores dones, llevándonos, a veces, a culminar algo que se resistía a su finitud. Muerte y renacimiento. Tiempo comprimido con la experiencia de milenios, aunque simplemente dure un instante. Flecha que se acelera hacia la verdad que yace en el fondo de nuestro pozo mortal.


Ricardo García Nieto


EL FEROZ BINOMIO


Las fuerzas que nos superan no debieran ser mayores que la de nuestro propio destino. Y mucho menos los afanes y ambiciones que se nos imponen cotidianamente.
Hace ya casi un siglo, en 1918, El escritor italiano Giovanni Papini advertía que en Europa había triunfado "el culto del feroz binomio: Máquina y Moneda", añadiendo en su obra "La escala de Jacob", de 1932: Se peleó por la libertad del mundo, y el mundo está encadenado por los pocos que tienen en sus manos el hierro y el oro; se peleó por la democracia, y los hombres se encuentran a merced (…) de minorías plutocráticas en el Occidente; se peleó por ser más ricos y hoy somos más pobres, salvo unos pocos enriquecidos (…); se peleó con la esperanza de no pelear más, y la guerra sigue todavía en todos los frentes...
Las palabras de Papini son tan vigentes como la fuerza de la gravedad. Con respecto a la historia del hombre, podríamos hablar de constantes y variables, como en Física, y ante las perversas constantes del género humano, poner las variables del genio y la santidad del individuo. Papini así lo hizo. Para él no existía otro modo de beatitud que no fuera la del genio o la del santo. Y como escritor y pensador participó de la primera de ellas.
Todos somos genios y todos somos santos en nuestro viaje personal por este mundo. Si la inercia del feroz binomio, del consumo y la producción, sustituye al empuje del destino individual, nuestra nave, que siempre ha navegado con soltura en el caos, podría ser aplastada por los hielos de un mar al que no pertenecemos. En los océanos de nuestro interior hay un rumbo mucho más seguro: el anhelo de justicia.

Ricardo García Nieto

JULIÁN BESTEIRO


Sólo hay una forma de mística: la del ser humano que se trasciende a sí mismo. Lo puede hacer en la contemplación, en la devoción, en la meditación, en el arte… Pero también en la acción sobre el mundo que le rodea. Ir más allá de sí mismo, de los intereses de su ego, familia o grupo es algo reservado para muy pocos. Y... mucho menos para un político. Pero los ha habido. Y en España, el más señalado por ese carácter de la Providencia se llamó Julián Besteiro. Como el héroe platónico que sale de la gruta para ver la luz, Julián Besteiro salió de la caverna española de la década de 1930 para advertir de la inminencia de la Guerra Civil y, una vez que estalló, para pedir constantemente la paz. Socialista denostado por los propios socialistas, negociador denostado por aquellos vencedores con quienes quiso llegar a un acuerdo de paz, decidió no huir; se quedó en Madrid, consumido por la enfermedad, empleando todas sus energías frente a un micrófono, un hilo de voz como una súplica por el fin del absurdo derramamiento de sangre. Y se lo agradecieron con la cárcel. Condenado a treinta años de prisión, murió en el presidio de Carmona, enfermo el cuerpo y resplandeciente el alma, el 27 de septiembre de 1940.

Ricardo García Nieto.

HABRÁ DE LLEGAR

Trabajamos, leemos, caminamos, nos tomamos un café, nos quitamos un zapato... Pero ¿dónde estamos? ¿Quién respira por nosotros?
Vamos y venimos. Pisamos la sombra de quienes están a nuestro alrededor. Y, a su vez, la nuestra es tapada por otros. Nos reflejamos en multitud de espejos y charcos. A veces, el personaje que nos creemos interpretar se mira en ellos, convencido de su poder o su cansancio. Pero ni siquiera él sabe cómo estamos en realidad. Actúa tal y como se espera de nosotros en esta sociedad de apariencias y mercancías.
Habrá de llegar el día en el que nos paremos en seco y nos vaciemos de tanta mentira.
Habrá de llegar el día en el que ignoremos tanta urgencia inútil y hablemos con el pasajero que llevamos adentro.
No basta con creer que somos felices y quejarnos continuamente de serlo.

Ricardo García Nieto.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LA ILUSTRE POBREZA




El poeta Juan Gil-Albert nos decía que “vivir es lo más íntimo del mundo”. Sus poemas están labrados con la renuncia a cuantos lujos superfluos ofrece el mundo moderno, la riqueza inútil, los obsesivos quehaceres y ambiciones, la acumulación asfixiante de bienes materiales que convierte a los hombres en esclavos de su codicia o prestigio.

En su poema “El pecado original”, veía a los hombres sepultados:

Unos en sus trabajos y tormentos,
otros en sus riquezas, infelices
ambos bandos, voraces, afligidos,
éstos de sed, aquéllos de desgana,
seres en quien la fuerza de la vida
muestra en unos las garras opresoras,
en los otros las ansias vengadoras,
y un día y otro así y eternamente
tal frenesí inhumano…



Juan Gil-Albert estaba un escalón por encima de cuantos constriñen su vida a la pobreza o la riqueza material. La “ilustre pobreza”, que da título a otro de sus poemas, era defendida como un verdadero lujo.

Recuerdo sus poemas al hilo de algunos vaticinios que últimamente he oído en varios medios de comunicación. Uno de ellos proviene del profesor Daniel Baker. ¿Quién es este señor? Es el director del Laboratorio de Física Espacial y Atmosférica de la Universidad de Colorado, y ha realizado para la NASA un informe sobre las consecuencias que podría tener la tormenta solar que prevé para el año 2012. En las 145 páginas de las que consta este informe, se hace hincapié en el peor de los escenarios posibles: la destrucción global de los sistemas de telecomunicaciones y de distribución de energía. O lo que es lo mismo: volver de golpe y porrazo al siglo XIX, a vivir sin teléfonos ni ordenadores; sin radio, televisión o frigorífico alguno; sin control aeronáutico ni cajeros automáticos; sin bombas que lleven agua a nuestras casas o gas oil a los depósitos de nuestros automóviles … ¿Cuánto duraría esta hipotética situación? Daniel Baker habla de semanas o meses. Nunca se sabe.

El hombre tecnológico del siglo XXI está acostumbrado a que el mundo se ponga en funcionamiento apretando un botón. Ha olvidado lo que es adaptarse a las condiciones del lugar que habita y someterse a los ciclos naturales. Si el escenario que vislumbra el profesor Daniel Baker se diera alguna vez, al hombre tecnológico no le quedaría otra opción que rescatar a sus ancianos del olvido para convertirlos otra vez en fuentes de sabiduría, instructores capaces de enseñar cómo se puede vivir sin electricidad, cómo se hace correctamente un pozo o se cultivan patatas y tomates. Un regreso a la naturaleza, a lo doméstico, a la transmisión oral y la contemplación del paisaje a la velocidad de quien simplemente camina.

Las tribus del Amazonas no notarían el cambio. Tampoco los que han optado por vivir en campos o montañas donde el agua es un regalo de arroyos y manantiales.

Nadie puede predecir el futuro, pero parece inexorable que dentro de no muchos años, ya sea por una tormenta solar o por un cambio global de conciencia, la vida de los hombres tendrá que volver a una moderación en el consumo de los recursos finitos de nuestro planeta. Porque como decía el gran Gil-Albert:


Sólo así yo sabría oscuramente
qué sabor verdadero guarda el hombre
de su honradez antigua y su tristeza.





 Ricardo García Nieto

SOLITARIA, POBRE, DESAGRADABLE, BRUTAL Y CORTA


En el año 1651, Thomas Hobbes publicó su Leviatán. En el capítulo XIII , titulado “De la condición natural de la humanidad en lo concerniente a su felicidad y su miseria”, escribió:

"la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta".

Lo hacía considerando el estado de guerra en el que vive la especie humana allí donde no hay un poder común al que temer y someterse.
En este mismo capítulo establece las tres causas que originan toda guerra:

la competencia, la desconfianza y el desprecio.

Y si uno reduce los ámbitos donde estos tres motivos operan, desde el reino o estado-nación, a otros menos extensos como el de la empresa o centro de trabajo, la comunidad de vecinos o la familia, uno podría pensar que la guerra, una guerra tan silenciosa y sutil como cotidiana, una guerra sin fusiles o espadas, pero también devastadora, se produce a cada instante y en cualquier lugar del mundo precisamente a raíz de estas tres causas. Pues ¿en qué ámbito humano no se da la competencia, la desconfianza y el desprecio? Quizá deberíamos hablar de causas para la infelicidad y para el mal, que, extrapoladas al concierto de las naciones, generan la guerra o el terrorismo, pero que llevadas a un seno menor, pueden dar lugar a una guerra de nervios durante años, a la simple separación de una pareja o al asesinato. Así las cosas, ya se podría generalizar que la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.

Se trata de una visión pesimista del género humano, donde Hobbes hace suya la tesis de Plauto: el hombre es un lobo para el hombre. Frente a ella, se situaría la tesis antagónica de Rousseau, la que sostiene que el hombre es bueno por naturaleza. Cuando uno piensa en figuras como las de Vicente Ferrer, Teresa de Calcuta o Albert Schweitzer tiende a pensar que sí, que hay esperanza para el hombre. Aunque la bondad que traigamos por naturaleza al mundo, o que nos venga por la vía del espíritu, hubiera que cultivarla, como hicieron estas tres figuras, fuera del sistema político-económico que nos domina y doblega, sistema en el que, cómo negarlo, prevalece la competenc
ia, la desconfianza y el desprecio.


Ricardo García Nieto

EL HILO MÁS SUELTO. En recuerdo de José Perona Sánchez.


Muchedumbre. Grupos que se agolpan ante cualquier espectáculo. Manos que chocan y cuerpos que se abrazan. El tejido humano es la tela que se toca a sí misma, que pretende saberse aunque nunca se sepa. Los hilos que se enlazan por unos instantes o unas horas habrán de verse nuevamente solos. Y libres. Aunque siempre habrá imperativos para tejer alguna bandera: desde la de un club deportivo hasta la de una nacionalidad. Y la trama social volverá a estrangular muchos anhelos individuales. Los hilos sueltos están muy mal vistos.
Uno de los hilos más sueltos y lúcidos que jamás conocí fue el gramático, escritor y profesor de la Universidad de Murcia José Perona Sánchez, que, en su obra Manual de descreencias, decía desamar los toros, el fútbol, las manifestaciones, los cónclaves, los meetings, y todas aquellas concentraciones que tienen como fin suspender el juicio, abolir la crítica a cambio del sometimiento a la muchedumbre. Para él, hasta la soledad estaba llena de sociedad. Era un buscador de resplandores. Alzaba las cejas y te miraba fijamente, con asombro, como esperando lo mejor de ti o de sí mismo en una conversación. El mundo estaba lleno de analogías brillantes. El interior de una nuez, aseguraba, es tan parecido al cerebro humano que hasta te quita los dolores de cabeza. Y añadía: procura quedarte con la nuez y no con la cáscara cuando leas un libro. Estaba convencido de que había nacido con varios siglos de retraso. Tal vez para ser testigo de la decadencia cultural europea. Pero, sobre todo, para señalarla, para ir contra la moda y los modos establecidos. En este sentido era, como diría Antoine Compagnon, un antimoderno, la única forma que tiene un moderno de ser libre. Solía repetir que una de las tragedias del siglo XX había sido enseñar a leer a las masas. Muchos de los que no captaban lo sutil de su pensamiento despotricaban al oír esta aseveración, no entendiendo la diferenciación implícita que hacía entre “hombre” y “masa”. Para José Perona, la cultura debía de ser el alimento de los hombres libres; nunca de las masas que, como monstruos, impondrán a los hombres sus gustos e intereses aberrantes: lo que se ha de leer, ver y oír. La pura disección de la torpeza. Y no le faltaba razón: una civilización en la que cualquiera puede opinar y decidir con los ojos sucios de telebasura es una civilización abocada al desastre. Baudelaire lo adelantaba hace más de 150 años en su prólogo a las Narraciones de Edgar Allan Poe al alertar sobre “la tiranía de las bestias o zoocracia”.
José Perona era un hombre de libros, de buenos libros, que nunca buscó la rentabilidad de la letra impresa. No se guardaba nada para sí. Su espíritu y originalidad brotaban en cuanto decía, explicaba o escribía. Todas las tareas eran una sola: la del ser.

La actualidad de su pensamiento es innegable. Como muestra, algunos de los aforismos de su Manual de descreencias:
ECONOMÍA: multiplicar los números de los menos
para seguir justificando la escasez de los más.
MORAL: precipitado de miedos convertidos en costumbre.
Toda verdad es un prejuicio. Todo prejuicio una pretensión.
Toda pretensión, una carencia.
Sin fe puede haber dioses, mas no tribus.
De los laboratorios: “si a una rata no se le gratifica, puede llegar a la locura”.
¿Cuál es tu azúcar?
Medita: el nacimiento de la conciencia del Ego es,
histórica y lingüísticamente, contemporáneo de la Razón de Estado
.

José Perona nunca vio la gloria. Ni la buscó. Era una de esas personalidades que pasa desapercibida para el gran cuento de la Historia, pero que son fundamentales en esa verdad que Unamuno definió como Intrahistoria, auténticos revolucionarios para cuantos le trataron. Mi relación con él duró apenas cuatro años, entre 1986 y 1990. Tiempo más que suficiente para aprender que el hilo ha de saberse distinto del paño del que forma parte. Y su rebelión ha de consistir en soltarse de vez en cuando para que la tela no se perciba a sí misma tan poderosa y resistente como una camisa de fuerza. Ningún contrato social, razón de mercado o interés político puede arrebatarle al hombre su libertad, su conocimiento de sí o su ligazón con algo más alto o más grande que las torres de los bancos o los palacios de los gobiernos.
No me cabe ninguna duda: la luna hace bolillos. Pero los hace con los hilos más sueltos de este mundo. Y José Perona Sánchez fue uno de ellos.


DESCONOCERSE PARA PARECERSE

Cuando el "pretender ser" se sube sobre los hombros del "ser", el individuo suele perder el equilibrio. Tardará más o menos tiempo, pero lo perderá. "Desconocerse para parecerse" podría ser el lema de nuestro tiempo. Importa un metafísico bledo tu naturaleza, los dones que trajiste a este mundo. Sólo tendrá valor lo que se espera de ti, la función que has de cumplir. Y a mayor rendimiento en esa tarea, puede que mayor poder adquisitivo y mayor autoestima. Esto con respecto al individuo. Pero ¿qué pasa con el común de los mortales cuando se mueve como organismo social, un organismo semejante a un hormiguero o panal de abejas? Lo que se espera de la mayoría es que realice aquello que justifica la existencia de una minoría. Si no somos capaces de verlo será porque estaremos ciegos. O porque sólo vemos las sonrisas que aparecen en los anuncios de televisión.

Ricardo García Nieto









DIEZ MANDAMIENTOS PARA CREERTE FELIZ AUNQUE TE LLENE EL VACÍO


1) Producirás, servirás y competirás.
2) Consumirás por encima de todas las cosas. Petróleo y sus derivados, en la medida en que te sea permitido.
3) Amarás a tus ídolos deportivos, y a las celebridades de la música, del cine y la televisión.
4) Olvidarás a los clásicos del Humanismo.
5) Confiarás en tus políticos y apreciarás, aunque no existan, muchas diferencias ideológicas entre los partidos que lideran.
6) No serás conflictivo, salvo que sea necesario para los que están en niveles superiores al tuyo.
7) Irás a países lejanos para estar como en tu casa y estarás en tu casa como en países lejanos.
8) Nunca sabrás la verdad de cuanto sucede afuera.
9) No buscarás la verdad de cuanto sucede adentro.
10) Dejarás cuanto de divino hay en ti para hacerle hueco a los mercados.
Estos diez mandamientos se resumen en dos: Te dejarás conducir y no preguntarás por qué.



Ricardo García Nieto



SOMOS RELOJES DE CUERDA


Puede que desde niños nos hayan saboteado para sufrir, enseñándonos que lo correcto es lo que nos provoca desdicha.
Puede que nos hayan hecho adictos a la angustia. ¿Por qué? Porque en nuestra naturaleza está el discernir y el ser plenos fraternos y libres. Y ese es un poder superior al de todos los ejércitos del mundo.
Hay muchas estrategias para inocularnos el miedo. El miedo es útil, imprescindible para quienes conducen sus rebaños. El miedo nos empuja a hacer lo que menos nos gratifica. Nos dan una palmadita en la espalda y nos felicitan por habernos ganado la insatisfacción nuestra de cada día.
Nos han enseñado a hacernos trampas para no ser felices.
Sólo tenemos que asomarnos a la ventana: cientos de viandantes poseídos por afanes propios y ajenos. Parecen autómatas. Sus rostros reflejan el vacío de los muñecos de cera.
Los vemos a la puerta de comercios y grandes almacenes, y algo de alegría o entusiasmo parece animarlos, como viajeros del desierto que se dirigen hacia el espejismo del que hablábamos. Vidas cansadas antes de cansarse. Leen los mismos libros y acuden a los mismos espectáculos. Las recaudaciones en taquilla de los cines dan fe de su existencia y de sus gustos parecidos. Cuando llegan a casa se sientan ante el televisor para ser hipnotizados con lo grotesco y lo estúpido. Y hasta se dicen a sí mismos que si no fuera por esos momentos la vida no merecería la pena.
Poco más se sabe de ellos: trabajan, sirven, pagan impuestos, se hacen la puñeta y acuden en masa a votar el día de las elecciones.
El maestro Schopenhauer lo dejó escrito en sus “Parerga y Paralipómena” de forma insuperable: “Los hombres se parecen a esos relojes de cuerda que andan sin saber por qué. Cada vez que se engendra un hombre y se le hace venir al mundo, se da cuerda de nuevo al reloj de la vida humana, para que repita una vez más su rancio sonsonete gastado de eterna caja de música, frase por frase, tiempo por tiempo, con variaciones apenas imperceptibles.”

Alguien nos ha llevado a una profunda caverna cuya boca se está cerrando. Debiéramos poner la mirada en la escasa luz del sol que aún nos llega.


Ricardo García Nieto

martes, 18 de mayo de 2010

HAY UNA TORMENTA EN CADA HOGAR


 
Quien se conduce más allá de los intereses de casta, cuerpo o partido, aquel que se olvida de sí en la inercia apasionada de su quehacer, tiene algo de divino. Lo escribía Salvador Pániker: ¿Por qué tomarse la molestia de escribir o actuar si uno va a quedar engullido por la nada? La respuesta es: porque quien escribe, actúa, crea o, en general, se interesa por las cosas –olvidándose de sí mismo-, no es uno sino lo absoluto que le posee a uno.
Hesíodo reflexionaba en su poema “Los trabajos y los días” sobre ese camino de perdición que supone la codicia y la injusticia. Para él no había otra salvación que el trabajo honrado y prudente, cuyo beneficio está bendecido por los dioses. Algo de divino entraba, pues, en las actividades materiales del hombre.
Hoy día se ha perdido esa naturaleza trascendente en los quehaceres del hombre, que vende o alquila su libertad para hacer algo que no le gusta. Es más, hasta esa especie de esclavo moderno parece un privilegiado en esta sociedad cuyos índices de desempleo son aterradores.
La humanidad ha perdido su verdadera libertad. A veces da la impresión de que sólo eres libre al elegir artículos de consumo o al partido que ha de gobernar cada cierto tiempo. Quien no sea capaz de trascenderse en cuantas actividades realice se verá ahogado por las circunstancias, por el modelo de hombre que sirve a los mercados y a los agujeros financieros.
Hay una tormenta en cada hogar. Aunque no nos demos cuenta.

Ricardo García Nieto

LA HONORABLE LEGIÓN



Los supervivientes del fuerte de Zinderneuf se defienden con sus cadáveres. Asediados por hordas de tuaregs, colocan a sus compañeros muertos detrás de las almenas. Los defensores parecen ser más de los que son, y el enemigo desiste de su conquista, desapareciendo tras las dunas del desierto.
Este relato de Percival Wren (Beau Geste, 1924) podría evocar a cuantos seres queridos y desaparecidos dejaron huella en nosotros.
Y es que nos sigue una legión de muertos que defienden nuestra minúscula posición en el mundo: familiares, amigos, maestros… Nos ayudaron a formarnos y a experimentar; nos acompañaron en juveniles aventuras y nos aconsejaron; nos amaron y nos ayudaron a distinguir lo bueno, lo bello y lo justo. Están ahí, con su fusil en ristre, tan invisibles como la voz de la conciencia, disparando contra un enemigo ignoto.
También nosotros, con el paso de los años y con la muerte, nos convertiremos en soldados invisibles para otros supervivientes: hijos, discípulos, amigos que nos sobrevivirán… Cuantos conocieron lo que pensamos y sentimos alguna vez. Y así de generación en generación. Una legión de muertos que defenderá el fuerte, el rincón ético, los muros de la sabiduría.
Pero habremos de ganarnos ese honor. O quedarnos muy quietos en la república del olvido.

Ricardo García Nieto

lunes, 17 de mayo de 2010

ÉXITO Y MÉRITO




El ego es un globo que se hincha con el éxito. Y la inmortalidad, una pluma que vuela sobre el mérito.
El hombre natural defiende su libertad y su dignidad. El ególatra, su postura ante el espejo de los otros.
No debemos confundir los méritos de un individuo con el éxito del ególatra, que tropieza sin cesar con su propia sombra.
Llegados a este punto, me pregunto qué mérito tienen nuestros políticos. Creo que ninguno. No podemos valorar, cual mérito, su éxito al hacer de pastores tan siniestros, al conducirnos como a rebaños de muertos vivientes, al alimentarnos con las tinieblas que vierten los medios de comunicación. No hay ningún mérito ahí.
Dependerá de nosotros decidir si preferimos la negrura de la boca del lobo o la oscuridad que precede al amanecer.
Los carbones encendidos del miedo sólo son semáforos en rojo.

Ricardo García Nieto


domingo, 16 de mayo de 2010

UNA FORMA DE SER QUE ANHELA A UN SER SIN FORMA


En este mundo de consumo sin límite, codicia, afán de notoriedad y sed de poder, nos hace falta una buena experiencia de muerte y renacimiento. Volver con la sabiduría de lo definitivo, tener la certeza de lo mínimo que es el mundo, de que los egos se inflaman con las fruslerías que nos proporciona la sociedad y de que los corazones se agitan con los fantasmas que pueblan los vertederos de nuestra mente: que nos quieran, que nos oigan, que nos obedezcan. Yo soy el jefe de no sé qué o el encargado de no sé cuánto. Tengo uno, tengo dos, tengo tres...Y hay que ver lo feliz que me siento con este traje, con este cuerpo de anuncio, con este título de pitiminí. Y un día, de repente, llega la vejez con su suave manto a decirnos que todas aquellas miserables grandezas no fueron nada, y que lo que queda por delante es experimentar la gracia de la liberación que nunca buscamos. Tal vez nos baste con caer en la cuenta de lo que es la vida cuando ya se vaya apagando. Pero muchos no lo harán ni con el último aliento.
Afortunados los que exploran la desconocida tierra del espíritu, los que meditan o los que oran, los que intuyen que la muerte es un regreso a casa y que la vida es un juego en el que nos involucramos como ludópatas. Sobre todo en el mundo civilizado.
Dichosos los que van hacia adentro para salir hacia afuera, más allá de todas las afueras. Son invulnerables. Ningún agravio les sacará de adentro. Habrán adquirido una forma de ser que les llevará a hacer sencillamente lo que tienen que hacer sin esperar nada a cambio. Lo demás llegará por añadidura. Ellos son una forma de ser que anhela a un ser sin forma: Dios, lo absoluto, el limbo cuántico… Podemos darle el nombre que queramos.
Agustín de Hipona decía que de nada sirve buscarlo fuera de uno mismo. Es evidente que Dios no es evidente si lo buscamos afuera. Y mucho menos si consideramos el problema del Mal en el mundo. ¿Dónde estaba Dios cuando esto, aquello o lo de más allá?
Albert Schweitzer, como tantos otros, es un ejemplo de quien se atrevió a mirar desde lo alto bajando a lo más hondo de su corazón. Médico, filósofo, teólogo y músico. Escribió una docena de libros e innovó en el modo de interpretar la música de Bach. Su estilo es hoy día un referente para los estudiosos de este compositor. Se pasó media vida en Lambarené, Gabón, donde construyó un hospital con su fortuna personal y con cuanto ganaba con sus publicaciones. Allí trató a millares de enfermos de todo tipo, incluyendo a trescientos leprosos. Cuando el dinero se agotaba, volvía a Europa a dar conciertos con los que pagar los gastos de los tratamientos de sus enfermos. Me gusta imaginarlo por la noche, acompañado por el murmullo de la selva, interpretando las piezas de Bach en su órgano: una forma de hablar con Dios tras un largo día de una vida llena de sentido. Fue Premio Nobel de la Paz en 1952, cuando este premio todavía significaba algo. No fue a recogerlo personalmente por estar muy ocupado en su labor médica, pero aceptó muy agradecido el dinero del premio para seguir sufragando su hospital. Vivimos en una época peligrosa, decía. El ser humano ha aprendido a dominar la naturaleza mucho antes de haber aprendido a dominarse a sí mismo.
Es evidente que Dios no es evidente; pero hay quienes lo llevan, como Albert Schweitzer, sobradamente adentro.

Ricardo García Nieto