miércoles, 19 de mayo de 2010

SOMOS RELOJES DE CUERDA


Puede que desde niños nos hayan saboteado para sufrir, enseñándonos que lo correcto es lo que nos provoca desdicha.
Puede que nos hayan hecho adictos a la angustia. ¿Por qué? Porque en nuestra naturaleza está el discernir y el ser plenos fraternos y libres. Y ese es un poder superior al de todos los ejércitos del mundo.
Hay muchas estrategias para inocularnos el miedo. El miedo es útil, imprescindible para quienes conducen sus rebaños. El miedo nos empuja a hacer lo que menos nos gratifica. Nos dan una palmadita en la espalda y nos felicitan por habernos ganado la insatisfacción nuestra de cada día.
Nos han enseñado a hacernos trampas para no ser felices.
Sólo tenemos que asomarnos a la ventana: cientos de viandantes poseídos por afanes propios y ajenos. Parecen autómatas. Sus rostros reflejan el vacío de los muñecos de cera.
Los vemos a la puerta de comercios y grandes almacenes, y algo de alegría o entusiasmo parece animarlos, como viajeros del desierto que se dirigen hacia el espejismo del que hablábamos. Vidas cansadas antes de cansarse. Leen los mismos libros y acuden a los mismos espectáculos. Las recaudaciones en taquilla de los cines dan fe de su existencia y de sus gustos parecidos. Cuando llegan a casa se sientan ante el televisor para ser hipnotizados con lo grotesco y lo estúpido. Y hasta se dicen a sí mismos que si no fuera por esos momentos la vida no merecería la pena.
Poco más se sabe de ellos: trabajan, sirven, pagan impuestos, se hacen la puñeta y acuden en masa a votar el día de las elecciones.
El maestro Schopenhauer lo dejó escrito en sus “Parerga y Paralipómena” de forma insuperable: “Los hombres se parecen a esos relojes de cuerda que andan sin saber por qué. Cada vez que se engendra un hombre y se le hace venir al mundo, se da cuerda de nuevo al reloj de la vida humana, para que repita una vez más su rancio sonsonete gastado de eterna caja de música, frase por frase, tiempo por tiempo, con variaciones apenas imperceptibles.”

Alguien nos ha llevado a una profunda caverna cuya boca se está cerrando. Debiéramos poner la mirada en la escasa luz del sol que aún nos llega.


Ricardo García Nieto