martes, 20 de mayo de 2014

NO HAY FOCAS EN EL CIELO

En alguno de los diarios de Ernst Jünger leí que hubo esquimales, convertidos al cristianismo, que no querían ir al cielo prometido porque allí no había focas, su principal fuente de alimento.
Creo que alguien explicó mal a los esquimales en qué consistía ese lugar al que Dios se lleva a los mejores. Y no sólo a los esquimales. Para desconsuelo de muchos, podemos conjeturar que en el cielo, como concepto teológico, no hay focas, ni fútbol, ni cerveza.
Las promesas se cimientan en el presente para que el viento se lleve sus tejados en el futuro y podamos ver la dolorosa verdad de las estrellas.
El estado del bienestar (las focas de los esquimales) son el cielo prometido de la política. Nuestros representantes nos aseguran que siempre habrá focas. Aunque luego resulte que son invisibles o sólo se ven por televisión. El problema está en que no miramos hacia arriba cuando vuela el tejado de la promesa electoral. Seguimos viendo la televisión.
Una de las curiosidades de las focas, en sus diecinueve especies, es que carecen de oído externo. Tal vez tengan la ventaja de oírse a sí mismas. Otra es que sus ojos pueden enfocar tanto fuera como debajo del agua: en dos mundos distintos. Debiéramos imitarlas. Quizá los místicos y los locos se acerquen a lo inefable por esa capacidad de escucharse y estar al otro lado de lo aparente. Quizá los hombres comunes, como las focas, lo hagan en un mundo venidero. Oírse a sí mismo y respetarse es el paso previo para ver más allá y expandir la conciencia.
Cada día tengo menos certezas, pero me gusta pensar que no hay focas en el cielo porque ya se lo trajeron consigo.


Ricardo García Nieto