sábado, 21 de enero de 2017

LA TORMENTA



El mar levanta muros que de inmediato se desmoronan. Nuestro viejo navío sube y baja sobre la espuma. En mi camarote se caen los libros. El capitán sube al puente con aire de despreocupación y ordena mantener el rumbo.
-Las tormentas son como los cigarrillos -dice, encendiéndose uno-: se consumen.
Hay risas y un intercambio de voces en una jerga extraña.
Unas horas después, la tormenta parece agotarse. O simplemente se va en dirección contraria a la nuestra, cobrando más fuerza si cabe. Nunca lo sabré. En circunstancias adversas, el capitán y sus oficiales se convierten en un círculo esotérico. Igual que los gobernantes tienen su liturgia y teología del dinero, los navegantes la tienen del horizonte y las olas. Los demás somos como fantasmas, meras apariencias incapaces de discernir.
Al día siguiente tocamos puerto y desembarcamos. Pisé de nuevo el siglo XXI, su publicidad narcótica, sus grotescos ocios, sus hombres convertidos en máquinas. Almas manoseadas y en venta. Tuve la sensación de haber dejado atrás una tormenta para adentrarme en otra.
Tras la ventanilla de mi taxi, cruzan la calle vivos y muertos sin que se perciba el abismo que los separa.

Ricardo García Nieto.