martes, 26 de junio de 2012

EL BOSÓN POLÍTICO

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En aquellos días, hacía mucho calor, los delfines agonizaban, varados en las playas, y los pájaros caían muertos del cielo. Saturno y Júpiter habían variado su eje, y las tormentas solares se sucedían con una frecuencia hasta entonces desconocida, haciendo que los seres humanos se sintieran demasiado cansados, medrosos y proclives a bruscos cambios de humor. Había quienes sospechaban que este estado de cosas se debía a un planeta errante, que había invadido nuestro sistema solar. El intruso debía ser muy grande, con masa suficiente como para romper el equilibrio electromagnético de nuestro vecindario celeste.
Por aquel tiempo, los físicos más importantes del mundo buscaban una última partícula, la pieza que faltaba para completar el modelo físico con el que nos explicamos el universo: el bosón político. Su existencia era teórica. Nunca había sido observada. Pero tenía que estar allí, como un fantasma que lo llena todo.
Para cazar a este fantasma se construyó un artefacto: un gran colisionador en el que dos argumentos se estrellarían el uno contra el otro a la velocidad de la luz. Debía de ser como un choque de trenes subatómico, de trenes llenos de esperanza y de incertidumbre: la esperanza de obtener la partícula portadora del poder político y la incertidumbre de que apareciera un inesperado invitado, quién sabe, tal vez un agujero negro.
Había un intruso cambiando el electromagnetismo de todos los planetas. Sí que lo había. Pero no era tan grande como se suponía: éramos nosotros, buscando lo más ínfimo del mundo.
ADVERTENCIA: el breve relato que acaba usted de leer es sencilla fabulación.
Lo acabo de escribir a la hora en que los políticos se levantan cada mañana preguntándose cómo mentirán durante el resto del día.
Lo reconozco: toda ficción también es mentira. Aunque tenga más pretensiones de señalar una verdad que cualquier juramento. Quítele los detalles: cambie el bosón por un unicornio, el calor por el frío o la ciencia por la religión. Lo que quede al final contendrá un mensaje. Lo mismo que la botella lanzada por el náufrago.
A veces me pregunto si todos los náufragos escriben el mismo mensaje.

Ricardo García Nieto