miércoles, 8 de enero de 2014

NUESTRO GOBIERNO Y LA ATRACCIÓN DEL MAL

Nuestro gobierno se ha emperrado tanto en la atracción del mal que los españoles se miran en él como si fuesen ellos quienes lo atraen, como si cada ciudadano llevase consigo una porción de tempestad. Esto hace que las responsabilidades se repartan como panes y peces regurgitados del infierno.
La negligencia de este gobierno sobrepasa con mucho las dimensiones del autoritarismo: manosea a su antojo la democracia y la justicia hasta hacerlas a su imagen y semejanza. Nos pone ante los ojos el espejo del fracaso y parecemos aceptarlo; hasta lo hacemos nuestro. No hay perversidad mayor que la de arrancarle el alma a un pueblo: robotizarlo. Los españoles sudan y se lamentan desde su propia substancia. Y al hacerlo se agotan. Pierden el futuro lo mismo que un tren. El último tren. Nuestros quebrantos son el dividendo de unos pocos elegidos. Y aceptamos este hecho con morbosa naturalidad: “es lo que hay. Así están las cosas”.
Cuando el gobierno alardea de sus proezas económicas, me siento como el esclavo romano, encadenado a su remo en las galeras, al que un tribuno anuncia la conquista de tierras a los bárbaros por parte del Imperio. Para el esclavo nada cambia. El descenso de la prima de riesgo y el alza de las bolsas en nada mitigan la precariedad laboral, las agonías económicas, el estrés de la competitividad o la ausencia de coberturas sociales. No hay ganancias para él. Estos ficticios éxitos, propios de un país a saldo, son la manera de borrar el atisbo de principios nuevos, que condujeran a otro modelo de sociedad. La masa no informada del saqueo de este país puede creer que la solución de todo está en esos datos lejanísimos de su horizonte vital de sucesos. Tiene fe en la mentira que identifica la prosperidad de los amos del dinero con la de los cada vez menos dueños de su trabajo.
La atracción que nuestro gobierno hace del mal ha devuelto los mercaderes al templo; es más, los ha instalado en nuestros corazones. Estamos espiritualmente rotos. Nuestros perfiles se han acusado. Y nos acusan. Si un pintor con alma nos retratase, veríamos en su lienzo a seres tan ajenos como grotescos. El retrato de Dorian Gray cobra vida hacia la perversión; el nuestro nacería de ella. Los monstruos de la resignación deforman sus vidas y las de sus hijos. El porvenir les aúlla y no lo oyen.
Mientras tanto, hablarán los expertos, que siempre se equivocan, sobre el próspero mundo al que nos dirigimos como reses al matadero. Esta euforia sin motivos se contagia con tan poco decoro, que a uno le dan ganas de hacer lo que Martin Heidegger le escribía a Ernst Jünger en junio de 1965: lo mejor es quedarse en la propia habitación de uno y ni siquiera mirar por la ventana.

Ricardo García Nieto