jueves, 21 de agosto de 2014

LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN

Intento evadirme e imagino la última conversación de un capitán antes de que su barco (cualquiera me vale) se rompa contra un arrecife y se vaya a pique. Digamos que había ordenado un cambio de rumbo y se había quedado mirando, desde el puente, la negrura del mar, como si la leyera:

-¿Se encuentra bien, señor? –preguntó el segundo de a bordo.
-Ojalá todo fuera tan fácil como hacer su pregunta o responderla.
-Sabe que me tiene para lo que precise –aseveró el segundo.
-¡Qué fácil sería! –exclamó el capitán.
-¿El qué, señor?
-Resolver la vida de una forma limpia y rápida –abrió el guardapolvos de su reloj de bolsillo y miró una foto de mujer que había en su interior-… Ponerse en la trayectoria de una bala destinada a quien más ames, dejar que te atraviesen el corazón en un golpe de fortuna.
El timonel concluyó la maniobra, tres cuartos a estribor, y la tripulación subió y bajó por todos los palos largando trapo. Un viento suave fue hinchando las velas.
-Pero hay que persistir –continuó el capitán-. Aguantar.
-Necesita descanso, señor, permítame aconsejarle que...
-Guárdese sus consejos.

La secuencia siguiente puede ser intuida por cualquiera.
Pero nuestro personaje podría ser el paciente de un psiquiátrico, jugando con la maqueta de un bergantín; un estadista o cualquier hombre de rebaño soñando antes de levantarse, lavarse el cerebro y sonreír ante el espejo para creerse feliz.



Ricardo García Nieto