lunes, 21 de junio de 2010

EL REINO DE LA SOLEDAD



La soledad es un reino. El poeta irlandés Patrick Kavanagh escribía junto al solitario camino de Inniskeen sobre la diferencia entre conocer los entresijos de lo que es ser rey, gobierno o nación, y conocer los del reino de la soledad:

Un camino, una milla de reino. Soy el rey
de las orillas y las piedras. Y de todo cuanto florece.

Hay quienes huyen de la soledad como de sí mismos. Hay quienes la sustituyen por la ambición de poder o dinero. También hay quienes hacen equilibrios entre el reino de la soledad y la alienación o esclavitud de cada día para lograr un salario, un ganarse la vida con decencia. Mundo exterior y mundo interior.
La soledad da sus frutos, que han de ser compartidos. El arte bebe de ella. También la filosofía y la espiritualidad. Patrick Kavanagh, en su poema “A un niño”, escribía sobre la esperanza de hallar:
una ventana con vistas hacia adentro.

Quienes abren esas ventanas prefieren ser anónimos, disimular, huir de la notoriedad. Tal vez son como Ulises, a quien nadie reconoce cuando vuelve de su largo viaje, disfrazado de mendigo. Ulises llega a las puertas de su palacio y ve a su perro Argos. Está tendido en un montón de estiércol, cubierto de garrapatas, viejo y moribundo. Ulises no puede contener sus lágrimas al sentir en su corazón el tiempo transcurrido desde que partió, cuando Argos era todavía un cachorro. Nadie reconoce a Ulises, pero Argos hace un último esfuerzo, menea la cola al ver a su dueño y muere.
Argos muere con el reconocimiento. Argos nos habla desde el lenguaje de los símbolos, en la soledad de su estiércol. Todos morimos y renacemos continuamente con la iluminación, con la adquisición de la sabiduría, con el reconocimiento. Patrick Kavanagh lo expresa en su poema “Recuerdo de mi padre”:
Cada viejo que veo
me recuerda a mi padre,
cuando se había enamorado de la muerte
[…]
Cada viejo que veo
cuando el tiempo toma color de Octubre
parece que me dice:
”Yo una vez fui tu padre”.

Muchos son los disfraces que llevamos en este mundo de políticos y mercaderes, en esta sociedad que nos impone una forma de ser, una obediencia. El último bastión es nuestra piel. Por debajo de ella nadie gobierna a no ser que lo permitamos. Ser dueños de nuestra soledad es lo mismo que ser dueños de nosotros mismos. Porque sólo en soledad seremos libres. Y toda revolución es silenciosa.

Ricardo García Nieto