sábado, 26 de junio de 2010

RÍOS, CHARCOS Y MONSTRUOS



El incesante verso de los ríos suena según el hombre que lo escucha. En sus aguas podemos oír el énfasis de la juventud, el laborioso ritmo de los quehaceres diarios o la cadencia del mar, del cauce que ha de no ser para ser algo más grande.
Las células de nuestro cuerpo cambian a cada instante lo mismo que el agua de los ríos. Sólo la mente es capaz de aferrarse a lo que ya se fue o de buscar simetrías en el constante fluir que nos rodea.
Hay quienes corren libremente hacia el océano. Y hay quienes hacen de su existencia un estanque con el agua quieta. La forma de vida que se nos impone desde el poder y el dinero nos va convirtiendo en charcos, en aguas estancadas que tienden a descomponerse. Y de las que puede salir cualquier abominación.
En La metamorfosis de Kafka, Gregorio Samsa se convierte en un enorme y repugnante insecto. La metáfora era clara: una vida afanada en el empleo y la ganancia de dinero puede transformarnos en monstruos. Cuando Gregorio Samsa muere, la vieja criada de la casa burguesa lo recoge junto a la basura, diciendo: “Pobre bestia, ya dejaste de sufrir”.
El mundo en que vivimos precisa de un acuerdo entre todos los seres humanos anónimos, cuyo anhelo de espiritualidad está siendo trabado por las necesidades del mercado y por el estilo de vida que nos imponen los dueños del gobierno y del tesoro. Un compromiso de miradas, de reconocimiento los unos en los otros.
El Greco fue capaz de plasmar en su cuadro "El caballero de la mano en el pecho" esa mirada. Entre los ojos a punto de cerrarse para siempre de Gregorio Samsa y la mirada que nos dirige el caballero del cuadro, casi haciendo un pacto con nosotros, hay muchos ríos. Y muchos océanos.

Ricardo García Nieto