martes, 19 de noviembre de 2013

ENTREVISTA CON JOHN FITZGERALD KENNEDY

Me elevé al limbo de los presidentes de Estados Unidos y hallé a John Fitzgerald Kennedy en un yate, sobre un mar en calma a pesar de las nubes grises del horizonte. Llevaba en la cabeza una gorrita marinera con ancla dorada.
-Se ha puesto usted de plena actualidad –inicié la conversación.
-Siempre lo estuve: un católico reformista con publicitados líos de faldas…
-Me refiero a lo de su muerte.
-Ah, aquello… Sí, nunca coló la tesis de los disparos con trayectorias en ángulo recto… Era de esperar: hasta los peores pecan alguna vez de tontos.
-¿Por qué quisieron acabar con usted?
-Lo quisieron y lo lograron, amigo mío, al menos sobre la faz de la Tierra.
-¿Por qué?
-Porque me empeñé en emitir cuatro mil millones de dólares con respaldo en plata para acabar con el monopolio de la Reserva Federal, que, como sabrá, estaba y sigue estando en manos privadas.
-¿Me está diciendo que su Reserva Federal, el banco central de su país, no es de titularidad pública?
-Usted no era el más listo de su clase, ¿verdad? Le acabo de decir que sí, que la máquina que imprime dólares USA está en manos privadas.
-¿De quién?
-De los Rockefeller, Morgan, Rothschild, Warburg, Lazard, Kuhn, Loeb, Israel Moses Saif, Goldman, Lehmans y Sachs. Ellos son la Reserva Federal de Estados Unidos, que, como comprenderá, ni es reserva ni es federal, sino un consorcio de familias.
-Es curioso, también quiso hablarme de ella Moamar el Gadafi… ¿Lo conoce?
-Claro que sí, sigo la historia planetaria con sumo interés… Jugó con fuego y se quemó, lo mismo que yo.
-Pero usted era el Presidente de los Estados Unidos…
-Los dueños del mundo no entienden de razas, credos, nacionalidades o cargos. O estás a su favor o en su contra.
-No salgo de mi asombro… Entonces, las guerras, las crisis…
-Sí –me cortó-. Todo cuanto acaece en lo político y lo económico se origina en ese consorcio de familias. El gobierno de los Estados Unidos consulta con las demás potencias hasta dónde puede llegar y obedece en la medida de lo posible.
-¿Y las Torres Gemelas?
-Una demolición perfectamente ejecutada para invadir Afganistán y hacerse con la producción de la amapola y el mercado de la heroína.
-Heroína… Esto ya me supera.
-A usted le supera un caracol. ¿Cuáles son los cuatro grandes negocios del planeta?
-Pues…
-No, no me responda, ya se lo digo yo: la energía, las drogas, las armas y los medicamentos.
-Volviendo a su vida, ¿qué relación tuvo con Marilyn Monroe?
-¿Acaso duda, perspicaz interrogador, que la señorita Monroe fue mi amante, que nos pinchaban los teléfonos o que nos grababan en la cama?
-¿La asesinaron?
-Sí… A ella y a mi hermano Bobby; los dos estaban al tanto de mis intenciones. Íbamos en el mismo paquete.
-¿Y su esposa?
-No era una víctima necesaria. Sabía y callaba. La señorita Monroe era muy inestable: en cualquier momento podía irse de la lengua. Y mi hermano Bobby quería ser candidato a la Casa Blanca para seguir con mi política de liberación.
-Ha oído hablar de la tesis conspirativa de David Icke.
-Por supuesto.
-¿Qué le parece?
-Que si se limitase a mostrar la verdad, lo matarían. Por eso la envuelve con estupideces inverosímiles, que vienen bien para desacreditar lo que de cierto hay.
Las nubes, cada vez más oscuras, cubrían todo el horizonte, como una larga piel de zorro plateado. La superficie del mar comenzaba a rizarse.
-Va a haber tormenta –advirtió el señor Kennedy-. Será mejor que vayamos terminando.
-No imaginé que en el limbo de los muertos las hubiera –aseveré.
-Si siempre estuviéramos en calma chicha, sería muy aburrido. Además, ya estoy muerto; no tengo nada que temer, hasta puedo permitirme el lujo de naufragar –sonrió.
-Le propongo un juego: yo le digo un nombre y usted me dice lo primero que le venga a la cabeza.
-¡Qué original! –exclamó con desgana-. Dispare.
-Adolf Hitler.
-Murió en Argentina. De viejo.
-No me lo puedo creer…
-¿No me había dicho que le dijera lo primero que se me ocurriera? Pues eso, que no se suicidó; debería informarse antes de hacer preguntas sobre su vida. ¿No cree? Venga, otro nombre.
-El Rey Juan Carlos I de España.
-Obediente como príncipe, pero más como rey.
-¿A qué se refiere?
-¡Qué pesado resulta usted! Todas las casas reales lo son. Otro nombre.
-Richard Nixon.
-Un brillante tramposo.
-Europa.
-Una dictadura.
-Angela Merkel.
-Una joven comunista que ha terminado a sueldo de cártel químico y farmacéutico. Tenaz y avara.
-España.
-Fútbol y esclavos.
-Barak Obama.
-Vacío por dentro, pero rico en apariencias. El presidente perfecto.
-Una última pregunta: ¿los muertos mienten?
-Si le dijera la verdad mentiría.
-Eso es una contradicción.
-Definitivamente, usted no fue de los primeros de su clase. No es una contradicción; es una declaración que debiera hacerle pensar ¿Es que no ha leído las paradojas de los clásicos?
-En fin –claudiqué-, ¿quiere añadir algo más, señor Kennedy?
-Le abriré los ojos en algo, cándido amigo: ningún mortal llegará limpio a presidente de un país, de un partido o de una gran compañía. Sólo será elegido para ese cargo si hay en su pasado un secreto muy turbio que guardar.
-¿Por qué?
-Porque sólo así tendrá miedo, terror a que se desvele y será obediente.
-Usted llegó a Presidente de los Estados Unidos. ¿Cuál era su turbio secreto?
-Ser un católico mujeriego. En aquellos años era el “no va más”.
-¿Y cuál es el “no va más” de ahora?
-La pedofilia, por encima de drogas, prostitución o crímenes de estado.
Comenzó a llover. El barómetro cayó en picado. Las olas se sumaban unas a otras hasta formar muros con penachos blancos. El señor Kennedy amarró cabos, cerró portalones y, con una pícara sonrisa, se despidió de mí.
Al día siguiente, mi gata me despertó ronroneando. Cariñosa, como una actriz de comedia. 


Ricardo García Nieto