viernes, 1 de noviembre de 2013

UN ESCUADRÓN SUICIDA DE ANCIANOS EN EL CONGRESO

Entre lo risible y lo dramático oigo decir: del trabajo a la tumba, de la esclavitud al hoyo. Y es que lo de retirarse a los 67 ó 70 años escuece. El otro día oí una curiosa conversación entre varios cincuentones, muy animados por el vino:
-Cuando mi hija se valga ya por sí misma, y yo esté con 63 ó 64 años, asalto el Congreso.
-¿Estás hablando en serio?
-Mira –insistía-, no sé si llegaré a la edad de jubilación, y si llego lo será con un cáncer, seguro. ¿Para qué nos vamos a engañar? Ya no tendré nada que perder y, por lo menos, me daré la satisfacción de llevarme a unos cuantos hijos de Satanás por delante. ¿Os apuntáis?
-Cuenta conmigo –exclamó uno, dando un golpe sobre la mesa.
-Tenemos 10 ó 12 años para prepararnos –señaló el líder-. Sólo es cuestión de logística y unos pocos ahorros. Y lo mismo hasta cambiamos el rumbo de España.
-Eso sí que sería morirse de un orgasmo: dándoles su merecido de una puñetera vez en la vida –apuntó un tercero.
-Total -sentenció el último- para apagarnos como perros sin coberturas sociales… ¿Por qué no? ¿Por qué no le echamos un par y palmamos con dignidad?
Me imaginé un comando de sesentones dispuestos a asaltar el Congreso a lo Clint Eastwood, dejándose la piel en ello, dándose el último gustazo de sus vidas. Y sonreí, no sé por qué.
Luego, uno añadió, vaciando su última copa:
-Fijemos el objetivo; no tenemos que morir en el Congreso… Pensemos en algo que les duela de verdad… Tenemos 10 años para hacerlo.
Se levantaron y desaparecieron calle abajo, hablando del Kalashnikov que podía conseguir uno, de los explosivos que podría fabricar otro, de las escopetas de caza, los machetes y las grabaciones que dejarían en youtube a modo de testamento.
Me quedé a solas en la terraza, divagando sobre aquel peculiar comando de la tercera edad. Y concluí, tal vez por el efecto de mi propia cerveza, que un incidente así tenía más visos de verosimilitud que los Presupuestos Generales del Estado.
Aquella noche dormí, no sé por qué, con una sonrisa.


Ricardo García Nieto