jueves, 26 de diciembre de 2013

CUENTO DE INVIERNO

Crecieron juntos. De adolescentes, vivieron el bombardeo de la Legión Cóndor sobre Cartagena. Y el viento de la guerra los separó. Uno perdió la batalla del Ebro y se exilió a Rusia, donde se alistó en el ejército de Stalin. El otro ingresó en la División Azul para enfrentarse a los rusos en la frontera del río Don, al lado del ejército de Hitler. Nieve, ríos helados, francotiradores escondidos bajo un árbol, fuego de morteros y cañones, casas incendiadas, violaciones, juicios sumarísimos con tiro en la nuca. Se convirtieron en lobos. Y miraban como lobos capaces de comerse a sus propios hijos.
La escaramuza se inició al cruzar el río y tomar una posición en territorio enemigo. Y terminó en una lucha cuerpo a cuerpo. Allí se encontraron con uniformes diferentes y la bayoneta calada hacia el vientre del otro. Se miraron como lobos y se descubrieron paralizados por una inocencia vieja, que les hizo abrazarse y rodar hasta un socavón de estupor. A la mierda esta guerra.
Se fugaron en una aventura de escondites bajo la nieve, ocultamientos bajo el barro o el polvo del asfixiante verano ucraniano. Hambre. Canibalismo. Cuerpos poseídos por el miedo y la furia. Una noche demasiado oscura, pusieron el filo de sus bayonetas sobre sus muñecas y se miraron largamente, como se mira al mar. Pero el viento les dijo que no, que habían de envejecer juntos y morir con honor.
Ahora, con 90 años sobre los hombros de cada uno, frente a los patos, dejando su nieve de pan sobre el agua verde, con el rostro señalado por una violencia antigua, troyana, ancianos marcados por el hierro de todos los infiernos, recuperan su mirada de lobos y esperan a que el presidente del gobierno inaugure las instalaciones de su residencia para la tercera edad.
Lo odian. No se han dejado el alma para vivir bajo la tiranía de un imbécil, que sólo se dedica a buscar fisuras legales por las que pisotear los derechos humanos.
-Ese muñeco no sabe la que le espera –dice uno.
-Nunca ha tenido ni pajolera idea –responde el otro.
Parecen gruesos. Cada uno lleva bajo su abrigo más de tres kilos de diferentes explosivos, que nadie sabrá nunca de dónde han salido. Se levantan y se acercan, pesadamente, a la comitiva gubernamental.
-En este país ya no hay huevos –dice uno.
-Siempre nos toca a nosotros ajustar las cuentas –responde el otro.
Minutos después, desaparecen en una deflagración salvaje.


Ricardo García Nieto