jueves, 5 de diciembre de 2013

ESTRELLA ERRANTE


Para celebrar el día de la Constitución Española, sería bueno recordar algunos hechos: En España se devalúan las personas en lugar de la moneda. Se rebaja la justicia, se deprecia el sentido común y se desvaloriza el bien. En España se nos está educando para comernos los unos a los otros: competitividad, denuncias anónimas, subsistencia programada a costa de otros… Un “sálvese quien pueda” sin piedad y con la música de Wagner quemando las cuerdas de los violoncelos. En España, nuestros gobernantes nos invitan a irnos para que cuadre el déficit y las cifras de paro. En España, hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en súbditos de la deuda soberana. España ha cambiado mental y moralmente. Y lo ha hecho tanto, que los españoles, aun viviendo en España, echan de menos su hogar. No saben ya dónde están, si en el orgasmo perpetuo de los especuladores o las grandes fortunas, si en la fastuosa satisfacción onanista de sus políticos, si en la quejumbrosa agonía de desempleados, emigrantes y ancianos que no tienen qué comer, con qué calentarse o cómo curarse.
Para celebrar el día de la Constitución Española traigo aquí uno de los mejores diálogos de la historia del cine:
-¿Te marchas, Ben?
-No.
-Yo tampoco. Creo que hay dos clases de gente en el mundo: los que se marchan y los que se quedan. ¿No es cierto?
-No, yo no lo creo.
-Pues, ¿qué crees tú?
-Pues que hay dos clases de gente: los que van a alguna parte y los que no van a ninguna. Eso sí que es cierto.
-No estoy de acuerdo, Ben.
-Porque no sabes de qué demonios estoy hablando… Soy un ex ciudadano de ninguna parte. A veces, echo de menos mi hogar.
Este diálogo que sostienen Horace Tabor y Ben Rumson en la película “La leyenda de la ciudad sin nombre” (Paint Your Wagon, 1969), entra en la categoría de lo universal porque puede aplicarse a todo tiempo y lugar. Y hoy, especialmente, a España.
El tema que, acto seguido, canta Ben Rumson (Lee Marvin), tiene pasajes cuya contundencia está a la altura del anterior diálogo. Y una música de leyenda.
Ben Rumson acepta su destino como condición de la vida. Se queda pensativo un instante, al final de la canción, y entra en la taberna. Busca el abrigo de la ebriedad.
Podemos ver esta escena cada día.
Quienes mañana celebren el día de la constitución en primera fila, viviendo la liturgia sacro-política como si en ello les fuera la resurrección, no tienen la profundidad intelectual de Ben Rumson. Ni la nobleza de los caballos con los que se cruzaba en la escena.

No saben lo que hacen. Ni quieren saberlo.


Ricardo García Nieto